“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Bardot nació en 1934 en una familia parisina de clase alta, alejada del mundo del espectáculo. Aspiraba a ser bailarina, pero fue su aparición en la revista Elle a los 15 años lo que atrajo la atención del director de cine Marc Allégret y, especialmente, de su joven asistente, Roger Vadim. Vadim se convertiría en su pareja favoreciendo su ascenso al estrellato.

Su familia inicialmente desaprobó la relación y les prohibió verse. Lo cual que la Bardot intentó suicidarse (no sería la única vez), y sus padres terminaron aceptando que se casara con Vadim en 1952, cuando cumplió 18 años.

Bardot fue construyendo su carrera con pequeños papeles en películas francesas y cautivó a los fotógrafos en el Festival de Cannes de 1953 con su apariencia juvenil y espontánea.

Tres años después, Vadim dirigió su primera película, Y Dios creo la mujer (1956), con su esposa como joven seductora que aparece luciendo sus formas o en un baile erótico al final del metraje.

“La gente fingía escandalizarse por la desnudez y la sensualidad desinhibida de Brigitte cuando, en realidad, atacaban una película que hablaba sin hipocresía del derecho de la mujer a disfrutar del sexo, un derecho hasta entonces reservado a los hombres”, escribió Vadim tres décadas después.

Fue un éxito y la primera de otras cinco obras en las que Vadim dirigiría a Bardot, convertida en una de las diez mayores atracciones de taquilla en EE.UU. en 1958. Ello, sin ir a Hollywood, como era preceptivo.

Los Vadim se divorciaron en 1957 tras el romance de Bardot con su coprotagonista Jean-Louis Trintignant, el primero de varios romances de alto perfil que la convirtieron en favorita de los paparazzi.

Brigitte declaró a la CNN: “Mi vida se puso completamente patas arriba. Me seguían, me espiaban, me adoraban, me insultaban. Mi vida privada se volvió pública. De la noche a la mañana, me encontré prisionera, una prisión dorada, pero prisión al fin”.

En la cima de su fama, Bardot hizo comedias ligeras como Una parisina (1957), ¿Quiere usted bailar conmigo? (1959) y Babette se va a la guerra (1959), y papeles más dramáticos en El amor es mi oficio (1958) o La verdad (1960). En esta última, recibió elogios interpretando a una joven suicida que es juzgada por asesinato tras matar accidentalmente a su amante.

Fue un rodaje difícil, poco después del nacimiento de su único hijo, Nicolas, mientras su segundo matrimonio con el actor Jacques Charrier caía en picado. Dio a luz en su apartamento de París. En el exterior se agolpaban fotógrafos para informar del acontecimiento.

Poco después de terminar de rodar La verdad, Bardot saltó a los rotativos por su intento de suicidio, en su 26º cumpleaños. Se salvó milagrosamente tras ser descubierta por un niño en un bosque, había ingerido pastillas y se había seccionado las venas.

Pero Bardot fue una superviviente, incluso soportando críticas de ser una mala madre al ceder la custodia de su hijo. Pronto interpretó el papel autobiográfico de una estrella emocionalmente atormentada y atrapada por la fama en Una vida privada (1962).

Un símbolo

Fue Brigitte un símbolo de la juventud rebelde, también de la belleza. Impulsó la revolución sexual en el cine con sus interpretaciones sensuales y desinhibidas. Ya en la segunda mitad de su vida, se convirtió en feroz defensora de los derechos de los animales.

La legendaria actriz francesa ha muerto a los 91 años, según un comunicado de su fundación: “La Fundación Brigitte Bardot rinde homenaje a la memoria de una mujer excepcional que lo dio todo y lo dejó todo por un mundo más respetuoso con los animales”, ha dicho la fundación. “Su legado vive a través de las acciones y luchas que la Fundación continúa con la misma pasión y la misma fidelidad a sus ideales”.

Conocida en Francia simplemente por sus iniciales B.B., Bardot fascinó al público y escandalizó a las autoridades morales con su despliegue de sexualidad en bruto en los años 50 y 60.

Se convirtió en un fenómeno en Estados Unidos y ayudó a popularizar el cine extranjero entre los estadounidenses en una época en la que la censura en Hollywood prohibía las discusiones francas sobre el sexo, y más aún la desnudez.

Describiendo su impacto, la revista Life dijo en 1961: “En todas partes, las chicas caminan, se visten, llevan el pelo como Bardot y desean ser almas libres como ella”.

Antes que Madonna u otras mujeres de la contemporaneidad, Bardot mantuvo varios romances según sus propios términos y no se disculpaba por su estilo de vida hedonista, en una era previa al feminismo.

“En el juego del amor, ella es tan cazadora como presa”, observó la escritora francesa Simone de Beauvoir en un ensayo de 1959: “Brigitte Bardot y el síndrome de Lolita”. “El hombre es un objeto para ella, igual que ella lo es para él. Y eso es precisamente lo que hiere el orgullo masculino”.

La estrella le quitaba importancia a su talento como actriz y no recibía muchos elogios de la crítica, pero tenía un carisma indiscutible y durante dos décadas participó en más de cuarenta películas.

También fue muy popular como cantante en Francia en los años 60. Ejemplo de ello fue el célebre tema Je t’aime… moi non plus, grabado en 1967 junto a Serge Gainsbourg, una canción provocadora que reforzó su aura transgresora.

Pero yendo más allá de sus películas y de su música, el sentido de la moda de Bardot la mantuvo en el candelero de la cultura pop en la segunda mitad del siglo XX. Su largo cabello rubio decolorado, largo o recogido con mechones sueltos, sus atuendos ajustados y su manera de moverse mantuvieron su imagen después de los años 60.

Tuvo sus imitadoras como las actrices Jane Fonda o Julie Christie, mientras que modelos como Kate Moss y Claudia Schiffer también se mimetizaron de su look sexi y despeinado.

Una imagen de libertad, exuberancia y juventud. Se mostraba auténtica, instintiva y libre. Y se comportaba, para la época, como los hombres: tenía amantes, romances.

Tras retirarse del cine a los 39 años en 1973, Bardot usó su fama para llamar la atención sobre la situación de los animales. “Di mi belleza y mi juventud a los hombres, y ahora doy mi sabiduría y experiencia, lo mejor de mí, a los animales”, declaró.

Pero siguió siendo una figura controvertida, enfrentando críticas por expresar posturas antiinmigrantes al denunciar rituales islámicos relacionados con el sacrificio de animales.

Desafiando aún más las expectativas públicas, Bardot envejeció de forma natural y resistió la cirugía plástica como tantas de sus contemporáneas de Hollywood. La denominada “gatita del cine” dejó que su cabello se volviera canoso y no ocultó las arrugas de su rostro tras años de bronceado.

En los últimos años, vivía alejada de la vida pública en Saint-Tropez, con problemas de movilidad. Con su fallecimiento desaparece un mito irrepetible del cine y la cultura popular del siglo XX.

Comento a continuación tres películas en las que participó: Shalako (1968), de E. Dmytryk; ¡Viva María! (1965), de L. Malle; y El desprecio (1963), de JL Godard.

SHALAKO (1968). Estamos en el año 1880, en Nuevo México. Un cowboy de nombre Shalako, conocedor del terreno, observa a un grupo de aristócratas europeos es conducidos por un explorador desaprensivo, y pasan el tiempo cazando a pobres animales con el fin de distraerse.

En esos parajes desérticos habitan indios en una reserva que les ha sido asignada. Cuando Shalako los alcanza les advierte del peligro, pero son gente pija y sin escrúpulos y desprecian a Shalako por advertirles del peligro inminente de ser atacados que corren.

El director Edward Dmytryk dirige con oficio este western que, finalmente, a pesar de sus defectos, resulta agradable de ver y entretenido. De cómo, la gente europea desprecia por puro racismo a los indios y se atreven a burlar su dignidad.

Además de peleas con indios y tiroteos, este filme es heredero de los espaguetis western y tiene su mayor atractivo en dos sex-symbols: Sean Connery, como cowboy atractivo y de cabello largo, ducho en el terreno, con las armas y en el amor. Y Brigitte Bardot con traje de vampiresa, nada más que por verla en toda su pujanza, ya merece la pena la  peli.

Los acompaña un grupo de actores muy buenos como Stephen Boyd, Jack Hawkins, el mítico Woody Strode, que hace de apache, la bellísima Honor Blackman y nuestro actor, Julián Mateos.

Y por supuesto, la mano de un director modélico, conocedor del género, como Edward Dmytryk, que sin ser excelente tampoco cometía errores de bulto.

La película se desarrolla ágilmente, con una cierta intriga, música adecuada de Robert Farnon y maravillosos parajes captados por una buena fotografía de Ted Moore.

 

¡VIVA MARÍA! (1965). La película se desarrolla en 1910 en un país ficticio de América Latina, con todas las trazas de México. María I (Bardot) es la hija de un revolucionario irlandés que, tras la muerte de su padre, se une a un grupo de artistas itinerantes. Allí conoce a María II (Moreau), una cantante de cabaré.

Juntas, accidentalmente inventan el striptease (o cuasi), lo que las convierte en sensaciones instantáneas allá donde van. Sin embargo, su fama las lleva a involucrarse en una revolución campesina contra una dictadura opresiva.

En la dirección Louis Malle, conocido por su versatilidad como director, conduce la cinta con gran oficio, combinando elementos de comedia, aventura y sátira política.

Destaca el filme por su estilo visual vibrante y colorido, que captura la esencia de la época y el ambiente revolucionario. Malle utiliza el humor y el absurdo para criticar las dictaduras y la religión, creando una narrativa que es tanto entretenida como reflexiva; a veces un poco pesadita.

En el reparto Brigitte Bardot y Jeanne Moreau, dos de las actrices más icónicas, con evidente química en pantalla. Bardot aporta su encanto y carisma característicos, mientras que la Moreau ofrece una actuación más matizada y emocional. Juntas, forman un dúo dinámico que lleva la película adelante con energía y gracia.

En cuanto a temas y mensajes, este título explora temas como la libertad, la revolución y el poder del espectáculo. La película sugiere que el arte y la diversión pueden ser herramientas poderosas para el cambio social. Además, critica las estructuras de poder opresivas y celebra el espíritu de resistencia y solidaridad.

Película que combina comedia, aventura y crítica social de una manera única. Aunque puede no ser del gusto de todos, ofrece un espectáculo vibrante y provocativo. Es una cinta que refleja el espíritu de los años 60 y sigue siendo relevante por su mensaje de resistencia y libertad.

 

EL DESPRECIO (1963). Película francesa dirigida por Jean-Luc Godard, basada en la novela homónima de Alberto Moravia. Una obra que reflexiona sobre el cine, el arte, el amor y la incomunicación, ello a través de la crisis matrimonial de un guionista y su esposa, en el contexto de una adaptación de la Odisea de Homero.

Es considerada una de las más importantes de la Nouvelle Vague, el movimiento cinematográfico que renovó el lenguaje y la estética del cine francés en los años 60.

Destaca el uso innovador del color de Raoul Coutard con combinaciones de colores provocativos y un flujo pictórico sugerente. Estupenda la música de Georges Delerue, el montaje, la cámara y el sonido, así como sus referencias culturales y sus diálogos inteligentes y profundos.

Cuenta con un reparto excepcional encabezado por una brillante Brigitte Bardot, Michel Piccoli, Jack Palance y el propio Fritz Lang, que interpreta al director de la película dentro de la película. La actuación de la Bardot, que muestra su faceta más dramática y sensual, es una de las más recordadas de su carrera.

Discurso fílmico impecable que nos lleva al fondo más legítimo y complejo de este creador: la investigación de los problemas de comunicación en la pareja, la desesperanza existencial y los sentimientos contrarios respecto del cine y de la industria cinematográfica.

La una radiografía de un tiempo prostituido y una obra autodestructiva, casi suicida, muy conseguida con la batuta de Godard, considerada por la crítica como la primera obra perfectamente conseguida del director francés.