No hay turistas de primera y de segunda. Hay ciudades que se adaptan a los tiempos, y otras que se quedan ancladas en sus prejuicios. El Puerto está lleno. Y eso es una realidad objetiva. Más allá de opiniones personales, politizadas, interesadas o recuerdos idealizados de veranos pasados, lo cierto es que nuestra ciudad sigue atrayendo visitantes de todas las edades, perfiles y procedencias, consolidando su imagen como un destino vivo, versátil y en constante evolución.

Con frecuencia resurge un discurso nostálgico que lamenta la supuesta pérdida de un “turismo de calidad”, como si esta etiqueta fuera unívoca, medible o determinada por la edad, el consumo o el bolsillo. Pero el turismo, como la sociedad, cambia. Evoluciona. Y lo que para algunos representa una amenaza, para otros es una oportunidad de crecimiento.

Una terraza de un bar en Valdelagrana. / EA

Del mismo modo que los medios digitales se transformaron al ritmo de las redes sociales dejando atrás el papel, hay quienes siguen atrapados en modelos del pasado, incapaces de avanzar, anclados en la queja y aferrados a prejuicios. Dinosaurios editoriales que ven decadencia donde hay dinamismo, y que confunden el cambio con el caos simplemente porque ya no entienden el presente.



El Puerto es hoy una ciudad plural, donde conviven familias de distintos perfiles que repiten vacaciones desde hace décadas, parejas jóvenes que descubren por primera vez nuestras playas, grupos de amigos que celebran su amistad en un entorno privilegiado, y viajeros que encuentran aquí un equilibrio cada vez más atractivo entre ocio, cultura, gastronomía y patrimonio.

No se puede medir la “calidad” de un visitante por el contenido de su nevera, ni por si hace la compra en un supermercado en lugar de consumir en el bar de la esquina. Ni por si prefiere un concierto a una sombrilla. Y mucho menos, hacerlo sin datos, basándose únicamente en percepciones personales, entornos afines o críticas anónimas que nunca dan la cara.

Romerijo en el centro de El Puerto de Santa María. / EA

Eso no significa que no existan retos. El crecimiento acelerado de los pisos turísticos, sin una regulación clara y homogénea, está generando tensiones evidentes en determinadas zonas residenciales. También persiste la necesidad de actuar con mayor firmeza ante el histórico problema del botellón en espacios concretos, una realidad que no es nueva, aunque algunos parezcan descubrirla ahora. Muchos de los que hoy critican, ayer eran jóvenes que hacían exactamente lo mismo.

Y en el plano cultural, si bien la programación es activa y constante, aún hay margen para dar un salto cualitativo, apostando por propuestas más ambiciosas que conecten con nuevos públicos, incluso si hoy por hoy siguen siendo minoritarios. Ser exigentes con nuestro modelo turístico es necesario, pero siempre desde una mirada abierta, honesta y constructiva.

Terrazas en calle Misericordia. / A.C.

Es lógico que surjan tensiones cuando cambian los usos, los ritmos y los espacios. Pero ahí es donde entra la responsabilidad pública: ordenar, regular, proteger el descanso y fomentar la convivencia. No criminalizar. Las ciudades costeras de toda Europa viven esta transformación, y lo inteligente no es rechazarla, sino gestionarla con visión.

El discurso del “todo tiempo pasado fue mejor” no resiste el peso de los datos. El Puerto supera las 100.000 visitas trimestrales según el INE, el sector servicios mantiene una actividad creciente incluso fuera de temporada alta, y se están haciendo esfuerzos importantes por diversificar la oferta y consolidar eventos durante todo el año. Es evidente que hay margen de mejora, pero eso no se consigue señalando al turista, sino colaborando desde todos los sectores.

El sol y la playa siguen siendo los protagonistas indiscutibles del verano portuense, pero hay mucho más. / EA

Defender un turismo más sostenible no es lo mismo que seleccionar a quién queremos en función de su edad o de su bolsillo. Necesitamos más soluciones y menos etiquetas. Más crítica constructiva, y menos discursos interesados que convierten la opinión minoritaria de ciertos sectores politizados en un relato prefabricado. Opiniones anónimas, cobardes, que se difunden a través de sus voceros de siempre y que intentan imponer la idea de que El Puerto camina hacia un supuesto turismo de borrachera.

Nada más lejos de la realidad. El Puerto no es Magaluf, y repetir ese mantra solo sirve a quienes buscan hacer campaña a costa de todo, aunque sea dañando la imagen de su propia ciudad. Necesitamos más propuestas y menos prejuicios. Porque no hay turistas buenos o malos. Lo que sí hay son ciudades que entienden el presente y trabajan con inteligencia por su futuro. Y El Puerto de Santa María merece estar entre ellas.

Disfrutando del pescaíto frito en una terraza.

Turismo todo el año: los datos desmienten los tópicos

Lejos del relato apocalíptico que algunos intentan imponer, los datos oficiales confirman que El Puerto vive un momento turístico sólido y sostenido, más allá del verano y del perfil joven.

Según los últimos datos oficiales conocidos, los alojamientos locales registraron ocupaciones del 84% al 92% en mayo, un mes fuera de temporada alta. Esta cifra se vincula a eventos de relevancia nacional como la Euro Beach Soccer League, la programación cultural del Día Internacional de los Museos, la Motorada o la Semana Santa, que cada año gana peso como motor turístico. Aliñado, además, por multitud de pequeños eventos que van salpicando de actividades, ocio y cultura todo el calendario portuense a lo largo del año.

Además, las empresas vinculadas al sector han crecido un 3% respecto a 2024, hasta alcanzar un total de 511. Y el empleo también sube: más de 5.000 personas trabajan ya en el sector turístico, de las cuales unas 4.000 lo hacen en restauración.

Estos datos reflejan una tendencia clara: El Puerto no vive solo del turismo estacional, ni de despedidas de soltero. El turismo joven existe, sí. Pero también el familiar, el cultural, el deportivo, el gastronómico. Un destino plural para públicos diversos, porque el turismo cambia… y El Puerto también.