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No es raro que el espectador de cine desee que los ladrones escapen. Por lo común se debe a que los considera protagonistas, personajes que generan simpatía (y empatía) en muchas historias de cine, a pesar de sus actos delictivos.
Ocurre este fenómeno psicológico cuando el espectador se identifica con los ladrones, ve sus motivaciones como justificables (por ejemplo, robar a un rico o a un Banco para salir de la pobreza), o admira su habilidad e inteligencia, incluso si no son personajes "buenos".
De modo que se puede dar ese fenómeno de sintonía con los ladrones, que a menudo tienen una historia de fondo que los hace más humanos y comprensibles, lo que lleva al público a desearles éxito.

Puede haber admiración por la habilidad, cosa que la audiencia se maravilla con la complejidad del plan de robo y la ejecución del atraco, etc., deseando que los ladrones demuestren su ingenio escapando.
También, si el personaje o institución robada es antagonista o figura opresora, el público puede sentir que el atraco es una forma de hacer justicia y desear que los ladrones tengan éxito para "castigar" al villano.
Por último, puede ocurrir que emerja en el espectador cierta rebeldía contra la autoridad. Los ladrones entonces pueden representar un desafío a esa autoridad y al sistema establecido, lo que puede ser atractivo para quienes se sienten atraídos por esa idea de insubordinación o insurrección.
Para ejemplificar este fenómeno, traigo tres películas de robos y atracos, las tres buenas y divertidas: El mundo es nuestro (2012), de A. Sánchez; Tarde de perros (1975), de S. Lumet; y La huida (1972), de S. Peckinpah.
EL MUNDO ES NUESTRO (2012). Dos “ninis” (“ni estudian ni trabajan”), dos avispados sevillanos, el “Cabesa” y el “Culebra”, queriendo emular al famoso Dioni, planean dar un golpe en toda regla: atracar una sucursal bancaria, llenarse los bolsillos al máximo y largarse a Brasil.
Película muy bien llevada por Alfonso Sánchez, filme con ritmo y tensión, con un guion magnífico y gran vis cómica del propio Sánchez junto a su compañero Alberto López; ambos autores llevan años en el territorio de la micro ficción por Internet.
El reparto es genial, actores y actrices naturales de gran frescura que transmiten humor y buena onda a raudales. Destacan Alfonso Sánchez (director y actor a la vez) y Alberto López, en los roles del Cabesa y el Culebra.

Los acompañan un equipo de intérpretes igualmente salerosos y sugerentes, y además conjuntados, como Olga Martínez, Daniel Morilla, Antonia Gómez, y otros.
La cinta tiene atractivo, duende, incorrección política, estilo, humor natural y engarza en una trama emocionante y con suspense. Es también incorrecta, sarcástica y con carga de crítica social. Todo esto y más logra un Alfonso Sánchez sembrado, que cuaja una obra insolente y alegre que no deja indiferente a quien la ve y que en ningún momento aburre.

Tiene la obra energía y voluntad de estilo, un estilo andaluz-sevillano que demuestra gran cantidad de atrevimiento creativo y una impronta irreverente que levanta el espíritu. Humor a veces negro, salvaje, que anima al espectador.
En resolución, película sin complejos, divertida, que no ofende a nadie aun riéndose hasta de su sombra. Pero no sólo humor, también invectiva y peli que canta verdades como puños, las que nadie se atreve a decir en voz alta sobre una sociedad inconsciente e inconsistente, con políticas de espanto que gobiernan lastimosamente nuestras vidas, de los mercados falsos como la falsa moneda, la ruindad rampante, de esta especie de pantomima general que nos preside.
TARDE DE PERROS (1975). Un par de delincuentes de tercera, Sonny (Pacino) y Sal (Cazale) deciden atracar un banco en Brooklyn, Sonny para financiar el cambio de sexo de su amante. Debido a su falta de experiencia el robo se complica, convirtiéndose en una trampa para los atracadores, a la par que el atraco se convierte en un espectáculo para el público circundante y para la televisión en directo.
Magisterio de Sidney Lumet en este filme que ya fue reconocido en su momento: Oscar al mejor guion de Frank Pierson, Festival de San Sebastián mejor actor Al Pacino, y otros más que se pueden ver en la ficha técnica.
Pero ante todo es una drama-thriller con carga social e ironía para los personajes principales, que, siendo unos delincuentes de tres al cuarto, logran poner a su favor a la opinión pública, en contra del despliegue policial que es constantemente abucheado por la gente. O sea, aunque la película contiene tragedia y la posibilidad de una tragedia aún mayor, también es tremendamente divertida.
Sonny es protagonizado con enorme soltura por un joven Al Pacino, que da un recital interpretativo, creíble, cargado de tensión, individuo angustiado, con escenas ya épicas como cuando sale para hablar con la policía, escena en la que está auténticamente imponente. Sonny es homosexual, entre muchas otras; su pareja es Leon (Chris Sarandon).

John Cazale, un actor que falleció pronto (trabajó en “El padrino” y en “El cazador”) hace también un meritorio papel como Sal, sin contar con la interpretación coral de las empleadas del Banco, el director o los policías.
Los policías y agentes del FBI son fundamentales para la película. Charles Durning es el oficial de la policía de Nueva York al mando y James Broderick el jefe del FBI. Ambos cumplen incluso caballerosamente con su deber, para evitar muertes.
Película, de bajo presupuesto, con unos diálogos y un guion estupendo para una historia de impecable factura. Nerviosismo en sus protagonistas, acción, drama y humor, y una honda carga de crítica social, eso es este trabajo que además de entretener, también nos hace pensar sobre quiénes y por qué están en un bando y quiénes y por qué están en otro.
Caen bien los ladrones, en realidad son unos pobres diablos, buena gente, un poco loca eso sí, como el integrista religioso, pero la peli los presenta y al espectador se nos representan como gente humana.
Personajes creíbles, entrañables, convincentes. Nos importan. En una película sobre policías y ladrones, pero no hay villanos. Solo personas que intentan sobrevivir a una tarde de verano que ha dado un giro inesperado.
Además, introduce la cinta varios aspectos llamativos para el tiempo en que se estrenó. Por un lado, la caballerosidad del policía principal y el atracador, lo cual para aquella época y las formas de nuestra policía parecía imposible, el comisario era todo un señor y como tal se comportaba.
El segundo tema es el de la homosexualidad, pues el asaltante que interpreta Pacino es homosexual y casado con su novio, sometido este a una operación de cambio de sexo, en un tiempo en que no había matrimonios gais; parece que habían buscado un sacerdote de pega para celebrar la ceremonia. Pero es que, además, el interfecto tiene una esposa (Judith Malina) y varios hijos, lo cual que hace más surrealista la cosa, más en aquel año de 1975.

El otro punto que resalta es como las trabajadoras del Banco, que nunca habrían soñado con estar en otra igual, con el enorme dispositivo policial, la televisión transmitiendo, en fin, con toda aquella aventura en ciernes. La cosa es que no querían se liberadas, se encontraban mejor secuestradas, pero protagonistas, pues además los secuestradores no se portaban mal.
Y para más, la ciudadanía que rodea la escena del atraco se pone manifiestamente a favor de los atracadores y contra la policía, lo cual que piden que se vayan los agentes del orden. Curioso, aunque, a decir verdad, como apuntaba al principio, creo que los espectadores quieren también que los pobres diablos se vayan a Argelia (vaya idea), a Wyoming o a donde sea.
Quiero para concluir, decir que esta película la asocio con ese aparentemente ingenuo pero profundo poema de José Agustín Goytisolo: Érase una vez, poema que transcribo ahora en parte. Y es que los delincuentes de esta historia son pobre gente, lumpen social, versus el gran aparato de la autoridad con el brazo armado de la policía, acompañada del poder mediático de la TV, y todo para acabar mal, muy mal, propiamente como en una tarde de perros.
Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez.
Cuando yo soñaba
un mundo al revés.
J. A. Goytisolo
LA HUIDA (1972). Acelerada y emocionante película de Sam Peckinpah en la cual Doc McCoy (McQueen), que cumple condena de diez años por asalto a mano armada, consigue la libertad por la mediación de su esposa Carol (MacGraw), a través de un personaje influyente que le consigue la provisional.
A cambio, el matrimonio tendrá que atracar un banco. Durante el asalto uno de sus dos cómplices y el vigilante resultan muertos. El superviviente los persigue para acabar con ellos y apoderarse del botín.
Desde el principio se puede oler que nada va a salir bien, pues están obligados a trabajar con dos hombres nada confiables. Y todo sale mal, por lo que el matrimonio emprende una trepidante huida hacia la frontera de El Paso durante la cual hay un rosario de sorpresas, traiciones y mucha acción.

Excelente adaptación de una novela del especialista Jim Thompson, escritor de relatos cortos, guiones y novelas enmarcadas dentro de las "pulp magazines" (historias de ficción en revistas baratas de supermercado o gasolineras), una cinta con encanto e intensidad, y el inimitable estilo peckinpahiano.
Reparto épico donde un sobrio McQueen, acompañado en esta ocasión por la encantadora Ali MacGraw, nos lleva de un lado a otro con los malos y la mala suerte pisándoles los talones. Destaca el frenético y tenso ritmo durante toda la cinta. Acompañan también y entre otros: Ben Johnson, Sally Struthers o Al Lettieri, todos en plenitud de facultades, en una road movie que acabará bien o mal según se vea la versión antes o después de Franco. En la versión buena escapan con la pasta. Y eso es lo que queríamos que ocurriera, claro.
Correcta fotografía a cargo de Lucien Ballard y una eficaz banda sonora del conocido Quincy Jones.
Coche y volantazos con un caustico sentido y ritmo narrativo, aderezado por una descomunal puesta en escena y una trepidante acción claustrofóbica.











