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Sin saber bien las causas, la música es uno de los recursos para hacer frente al avance del alzhéimer. A pesar de la devastación que provoca esta enfermedad en el cerebro y, en particular, en la memoria, una gran parte de los enfermos conserva sus recuerdos musicales aún en las fases más tardías.
Últimamente algunos estudios señalan las posibles causas de este fenómeno: la música la guardamos en áreas cerebrales diferentes de las del resto de los recuerdos. «Al menos, los aspectos cruciales de la memoria musical son procesados en áreas cerebrales que no son las que habitualmente se asocian con la memoria episódica, la semántica o la autobiográfica».
A propósito de esta temática comento: Una jovencita de 90 años (2016), de Bruni y Coridian; y Las voces de la memoria (2011), de Badia, Fabra y Peris.
UNA JOVENCITA DE 90 AÑOS (2016). Este es uno de los documentales más emotivos que he visto en mi vida. Por razones diversas, me interesó desde hace años el mundo de los adultos mayores. Conozco igualmente el mundo de las residencias geriátricas, no siempre bien gestionadas.
En este documental, sus directores, Valeria Bruni Tedeschi y Yan Coridian, con un guion elaborado por ellos mismos, se introducen en la Sección de Geriatría del Hospital Charles Foix d’Ivry, dedicado a hombres y mujeres con diferentes demencias, la mayoría del tipo Alzheimer, y ruedan una conmovedora experiencia.
La tal experiencia va de la mano de un afamado coreógrafo y bailarín, Thierry Thieû Niang, quien monta un taller de danza dirigido a los internos. Con ello va consiguiendo despertar a estos pacientes que parecían adormecidos antes de que Thierry hiciera acto de presencia.
Con sus movimientos y su danzar por la sala y su aproximación a los ancianos, poco a poco, al modo de Lázaro, éstos van levantando sus ojos e incluso sus caídos miembros que yacen en asientos o sillas de ruedas, y parecen revivir.
También va logrando Thierry penetrar en la historia del grupo de pacientes que está ante él y que con el transcurrir de sus movimientos, por momentos a veces muy próximos físicamente con los mayores, va logrando incluso que cuenten sus vidas y recuerdos, sus amarguras, sus cuitas, sus amores, sus arrepentimientos, y también los momentos de felicidad, alegría y solidaridad.
Se va viendo cómo esta experiencia va modificando sustancialmente la cotidianeidad de estos pacientes que empiezan recobrar movilidad y a recuperar acontecimientos aletargados, e incluso llegan a alegrarse de nuevo de vivir.
Con la intervención de este fantástico programa de danza de Thieû Niang, los mayores recobran dinamismo y el entusiasmo. Antes de la experiencia se les podía ver alicaídos y abatidos, sin movimiento ni atisbo de ánimo.
Ante la danza y los movimientos de Thierry, bajo la atenta mirada de sus directores Bruni y Coridian y la excelente cámara y fotografía de Hélène Louvart, esos enfermos, meros peones llevados de aquí para allá, sin poder optar, mutistas y casi inanes, la cinta nos muestra que recobran su verticalidad, abandonan sus bastones o andadores y toman iniciativas, incluso para hacer algún baile de salón; también acceden a hablar y contar sobre sus vidas.
Algo realmente conmovedor que sólo la música y la danza pueden conseguir en este geriátrico, uno como tantos, en los que casi nadie se ocupa como debería ser de los residentes, más los que cursan con algún tipo de demencia.
En esta historia juega un papel preeminente la anciana Blanche Moreau, quien, a sus 92 años, a pesar de estar prácticamente aislada y catatónica, recupera, en vivo y en directo, ante la cámara, fiel testigo de lo que está ocurriendo, su antigua energía, sus ganas de reír.
Blanche, una mujer antaño bohemia y soltera, ahora recluida a su pesar, recupera retazos de su vida, buenos y malos momentos, habla de su actual soledad. Durante el rodaje entabla una hermosa relación con el coreógrafo Thierry, se enamora de él y se deja caer en brazos de la locura del amor; y ¡oh milagro! asoma de nuevo en su rostro el fulgor del romance que ya parecía haber volado para siempre, la exaltación de Eros, e incluso se pone celosa de que Thierry comparta su danza con otros residentes.
Baila con él, acaricia las manos de Thierry. Es algo asombroso ver cómo los suaves y gentiles gestos del danzarín son capaces de suscitar la ilusión del amor, el “espacio de las ilusiones”, ese espacio psíquico que reconforta, que es esperanza, que es vida de nuevo en esa “niña de 92 años”.
Como escribiera Freud: “Una de las características más genuinas de la ilusión es la de tener su punto de partida en deseos humanos de los cuales se deriva”. Ella no está delirando, no es fruto de su demencia incipiente, es sencillamente que su mal neurológico se ha transformado por el amor: la cura por amor que decía Freud.
Algunas ideas pueden servir para entender mejor algunos de los fenómenos que se producen en el documental, donde se observa que, aunque con cierta vaguedad, estos ancianos dementes en diferentes grados pueden recordar acontecimientos pretéritos de forma vívida.
El psiconeurólogo Théodule-Armand Ribot (1839-1916), y su conocida ley afirma que con la edad se pierde antes la memoria de lo reciente (fijación), que la memoria de lo antiguo (evocación). Esta memoria de acontecimientos de infancia y juventud y la posibilidad de rememorarla y de contarla se denomina “reminiscencia”, y ejercitarla ayuda mucho a los mayores.
El acto de recordar, pensar y contar las particulares experiencias pasadas tiene un efecto elaboración interior, de catarsis y sirve de protección contra la ansiedad y la depresión, o sea, colabora en la mejora de la salud física y mental. Este extremo es puesto en evidencia en esta cinta, con aquellos internos que cuentan asuntos de su vida, mediando la música, y con ello remontan el vuelo.
Si alguien puede ver este documento sensacional y tiene a un padre, madre, abuelos o personas mayores conocidas internadas en una institución, tal vez se anime a proponer a la dirección de estos centros que implementen formas menos asistenciales y más en la línea del arte y la participación para sus residentes: danza, pintura, música. Que les den un espacio para que puedan contar su vida, emociones, experiencias antiguas, hacer una “revisión de su vida”.
Pero es sobre todo la viejita Blanche la protagonista, la que no sólo habla de su vida, de sí misma, sino que sobre todo alcanza a sentir el amor de nuevo, algo que excede la mera memoria, algo más bello y profundo, una dimensión más vinculada al corazón que a la cabeza.
Creo poder decir sin temor a equivocarme, que este documento es de una indescriptible belleza, un auténtico canto a la solidaridad entre generaciones, una exaltación de la danza y la música, y una obra conmovedora en toda su extensión.
Más extenso en revista de cine ENCADENADOS
LAS VOCES DE LA MEMORIA (2011). Dirigido por Àlex Badia, Dani Fabra y Vicent Peris, es una obra profundamente conmovedora que explora el impacto social y familiar que tiene el alzhéimer y el poder terapéutico de la música.
El documental sigue la historia de un coro formado por personas enfermas, promovido por la Asociación de Familiares de Alzheimer de Valencia (AFAV). A través de ensayos, sesiones de musicoterapia y un emotivo concierto en el Palau de la Música de Valencia, se muestra cómo la música puede ayudar a recuperar emociones, identidad y vínculos que la enfermedad va erosionando.
Tiene un estilo narrativo íntimo y humano que no se limita a mostrar el proceso musical, sino que se adentra en las vidas personales de los protagonistas, revelando cómo el alzhéimer transforma sus relaciones familiares y su día a día.
Hace uso de la música como herramienta terapéutica y demuestra la obra cómo el canto, el ritmo y el baile pueden activar recuerdos y emociones, incluso cuando otras funciones cognitivas se han deteriorado.
Con una duración de 54 minutos, el mediometraje logra equilibrar lo informativo con lo emocional, sin caer en el sentimentalismo fácil, es así, un documento estético y sensible.
Cada uno de los cantantes acude a diario al Centro de Día de la Asociación de Familiares de Alzheimer de Valencia. Allí, con su musicoterapeuta, voluntarios y una profesora de música, han logrado componer el coro “La veu de la memòria”.
Rodado durante meses, relata el enorme esfuerzo realizado por los enfermos y por todo su entorno, para lograr que estas personas, que progresivamente pierden sus habilidades cognitivas y sociales, logren entonar armoniosamente un concierto coral ante cientos de personas.
Ver a personas que han perdido gran parte de su memoria cantar con emoción y precisión es profundamente inspirador. El coro se convierte en símbolo de resistencia, dignidad y esperanza. La música no cura la enfermedad de Alzheimer, pero sí la humaniza, la suaviza y la transforma en una experiencia compartida.