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Educar bien, hacer buena educación tiene mucho que ver con la constancia, con la realidad de tantos profesores que perseveran a diario en su trabajo y día tras día acaban amando la profesión que tienen, una de las más nobles, gratificantes y bellas.

Porque, aun cuando corran tiempos regulares que desvalorizan al docente e incluso a la docencia, la verdad terminará por prevalecer y el profesor acabará de nuevo en lo más alto de la escalera social y del reconocimiento. No en vano, como dijera Aristóteles, el maestro es “la partera que alumbra a los niños a alumbrar la verdad”; o como apuntó Platón, la educación debía formar al “hombre griego”, al hombre libre, que debe conducirse por la virtud; y el propio Nitezsche afirmó que la educación es el “espacio en que se pone en obra una decisión acerca del ser del hombre”.

Hoy hablo de Los buenos profesores (2023), de T. Lilthi; y La sonrisa de Monalisa (20023), de M. Newell.

LOS BUENOS PROFESORES (2023). Estamos en el comienzo de un nuevo curso. Benjamin (Lacoste) es un estudiante de doctorado que finalmente se ha quedado sin beca para terminar su Tesis. Como quiera que se venga el tiempo encima, ante la falta de perspectivas, acepta un trabajo como profesor de Matemáticas en un instituto de secundaria de París.

Benjamin llega al Instituto Victor Hugo, un establecimiento en la periferia parisina, y se une a un simpático equipo de profesores que incluye, entre otros, a Pierre (Cluzet), Adèle (Exarchopoulos), Sandrine (Bourgoin) y Fouad (Lebghil).

El joven profe carece de formación y de experiencia. Al poco de iniciar su tarea se da cuenta de lo duro que es ser profesor en un sistema educativo que carece de recursos, una situación que viene de muy atrás y que convierte el día de sus clases en una especie de pesadilla.

Pero con el apoyo y el compromiso del resto de docentes, con la buena onda de algunos compañeros, con un poco de amor juvenil que asoma en la figura de una colega bonita, aprendiendo de sus errores y con mucha suerte, el joven acabará afianzando su vocación. Bueno, también están los tutoriales de YouTube en lugar de las herramientas inadecuadas de la institución, para preparar con solvencia algunas clases de Matemáticas.

El amable director y guionista (también médico) francés Thomas Lilti, proyecta su mirada humanista sobre la realidad de los profesores de Instituto, mostrando, desde su perspectiva, la vida detrás de cada momento en el centro y también en sus vidas privadas.

Lilti reclama y reivindica la función salvífica, crucial, no ya de la institución educativa, sino de sus ejecutores, de sus trabajadores: los profesores. El mensaje de la película es trasparente: los auténticos titanes del sistema educativo francés son sus maestros y enseñantes, quienes se introducen en el recinto escolar y bregan todos los días con los alumnos, en una lucha audaz, feroz y difícil. Pero una lucha a la vez gratificante, revulsiva, terapéutica y reconstituyente.

El filme acierta cuando apuesta por la radiografía documental, situando la cámara en medio de los pasillos abarrotados de jóvenes, en medio de las aulas, en mitad de las explicaciones, una cámara dinámica y nerviosa que se esfuerza en transmitir el brío, la tensión del aprendizaje, las dudas de los alumnos, los temores de los enseñantes.

Excelente reparto que incluye actores y actrices solventes e incluso muy buenos como un Vincent Lacoste, sensacional como el profe novato; el recurrente François Cluzet encarna al profesor más vterano y desencantado, la voz de la experiencia, que imparte Literatura con treinta años de experiencia a sus espaldas, pero hastiado y cansado; la más bonita de las profesoras, Adèle, encarnada por Adèle Exarchopoulos. Acompañan William Lebghil, Louise Bourgoin, Lucie Zhang, Bouli Lanners o Jérémi Gillet. La estupenda fotografía de Antoine Heberlé y una puesta en escena muy buena.

En fin, Lilti emplea un singular estilo cinematográfico que mezcla el realismo en la representación del entorno y una presentación romántica sensible a las emociones (humor incluido). El cineasta logra una vez más abordar sin recurrir a la caricatura las preguntas sociales correctas sobre una profesión a menudo maltratada, y ofrecer todas las respuestas positivas, para aquellos que pueden verlas.

Una historia que no lo da todo mascado a los espectadores y en la que queda a su discreción terminar de completar el puzle de las vidas de este grupo de profes que, contra viento y marea, quieren hacer bien su trabajo.

En fin, profesores que son los nuevos apóstoles encargados de que el mensaje de la salvación por la educación continúe alumbrando a las nuevas generaciones; son los mensajeros que trasladan cada día los sacrosantos valores republicanos franceses a su lugar de trabajo, a las concurridas aulas, y cuya labor y ejemplo sustentan los pilares de la convivencia cívica.

En algunos casos, estos docentes tienen poco tiempo para atender a sus familias, mucho trabajo, a veces hay problemas de comunicación.

Pero estos héroes deben abordar muchachos desmotivados con hogares en ocasiones desestructurados, jóvenes a punto de quedar al margen del sistema, pero nunca hay que dejar de remar. Es un relato esclarecedor, honesto y aparentemente sencillo, pero con mucha miga.

 

LA SONRISA DE MONALISA (2003). Mike Newell rodó, con desigual fortuna esta película que tiene un guion pretendidamente progresista de Lawrence Konner y Mark Rosenthal. Cuenta el filme la historia de Katherine Watson (Roberts), una profesora allá por los años ’50, que viaja a la prestigiosa y severa universidad de Wellesley en Nueva Inglaterra, para enseñar historia del arte.

Es tiempo de postguerra y la Sta. Watson espera que sus magníficos estudiantes la sigan en su mensaje de emancipación, feminismo y otros adelantos para el momento. Pero no tarda en darse cuenta de que la prestigiosa institución es tremendamente conservadora, conformista y rígida.

El filme pone el punto de mira en el papel de la mujer en los años 50, y quiere transmitir la desigualdad de género que persiste en muchas sociedades hasta hoy. Hay una invitación a reflexionar sobre la lucha de las mujeres por emanciparse y romper con los roles tradicionales.

El reparto es una Julia Roberts, que defiende su personaje con excesivo y patético frenesí, en un filme que puede resultar cansino. Además, la Roberts hace un papel trillado y poco convincente. Por cierto, grata sorpresa con Maggie Gyllenhaal, cuyo soberbio trabajo interpretativo prácticamente eclipsa, no sólo a Kirsten Dunst (bien) y Julia Stiles (bien también), sino igualmente a la misma Roberts.

Película que tiene un poco de todo, a mayor gloria de la reina Roberts, para que aumente su imperio artístico vendiendo al mundo otra lección de una asignatura que se sabe al dedillo: la de “moderna”.

En resumen, filme con temas como la educación, la igualdad de género y la búsqueda de identidad en una época conservadora.