Hay derrotas que duelen, y luego están las que se digieren con querella en mano, cámara frontal en posición y monólogo inflamado. El Racing Club Portuense logró el pasado domingo una victoria histórica —deportiva, cívica y emocional— en un estadio lleno hasta la bandera. Lo hizo en el campo, en la prórroga, y ante un rival digno como el Arcos CF. Digno por lo que ofreció sobre el césped, que es donde realmente se mide la grandeza de un club. Porque lo que vino después… fue otra historia.

Miguel Orellana, presidente del Arcos CF y abogado de profesión, decidió no solo perder, sino hacerlo haciendo ruido, mucho ruido. Con una batería de vídeos en redes sociales que mezclaban deporte, política y Código Penal en una misma sentencia emocional. No le bastó con reconocer —cosa que agradecemos— que el Racing fue merecido vencedor. Necesitaba más. Un villano. Y lo encontró en el alcalde de El Puerto, Germán Beardo, al que no dudó antes del partido en calificar de “impresentable” y “poco digno” de la ciudad que gobierna. ¿El motivo? Un vídeo en la previa animando a su equipo y una entrega masiva de entradas con el objetivo de llenar el estadio.

 

 
 
 
 
 
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¿Se pudo hacer mejor desde El Puerto? Tal vez. ¿Se trató con delicadeza a la afición visitante? Se puede debatir. Pero judicializar un ambiente futbolístico, presentar una denuncia por prevaricación, discriminación y odio por la gestión de un reparto de entradas, suena más a despecho que a defensa de los valores del deporte. Si a eso sumamos expresiones propias de tertulia de madrugada más que de una institución seria (“tendréis que acabar con él”, “echadlo de ahí”), cuesta no preguntarse si el objetivo de Miguel Orellana era realmente defender al Arcos CF… o hacerse un nombre más allá de la banda.

No es la primera vez que el presidente arcense hace de las redes sociales su púlpito. Lo preocupante es el tono, la insistencia y, sobre todo, la irresponsabilidad de señalar públicamente a un alcalde —militante del mismo partido que el de su propio pueblo— con un lenguaje que roza lo incendiario. Confundir la crítica política con el insulto personal no dignifica ni al fútbol, ni a la abogacía, ni al Arcos CF.

En un partido que sí fue ejemplar desde las gradas, con dos aficiones entregadas y sin incidentes reseñables, lo menos edificante vino desde los despachos. Y eso debería preocuparnos. Porque cuando el deporte se convierte en arma arrojadiza, y las instituciones se utilizan como escudo para ajustar cuentas personales, perdemos todos. Incluso los que creen estar ganando su minuto de gloria.

Lo que está claro es que, si hay una lección que deja esta eliminatoria más allá del césped es que Miguel Orellana ha elevado a categoría de arte una forma muy concreta de reaccionar ante la derrota: el arte del mal perder.