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Los cónclaves vaticanos son reuniones del Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica para elegir a un nuevo Papa. Este proceso se lleva a cabo en la Capilla Sixtina del Vaticano y está rodeado de rituales y normas que han evolucionado poco a lo largo de los siglos.

El término «cónclave» proviene del latín cum clave, que significa «bajo llave», ya que los cardenales son aislados del mundo exterior durante el proceso para evitar influencias externas. Para elegir al Papa, se requiere una mayoría de dos tercios de los votos de los cardenales menores de 80 años.

Uno de los momentos más emblemáticos del cónclave es la «fumata»: el humo negro indica que no se ha alcanzado un consenso, mientras que el humo blanco anuncia la elección de un nuevo Papa.

En el cine, los cónclaves y la elección de Papas han servido como telón de fondo para historias llenas de drama, misterio e intriga. Su naturaleza secreta y ritualista inspira narrativas fascinantes. Algunas películas que han abordado el tema son: Ángeles y demonios (2009), de R. Howard, que sigue a Robert Langdon mientras investiga una conspiración durante un cónclave papal. Habemus Papam (2011), de N. Moretti, película italiana que ofrece una perspectiva más humana y cómica sobre un Papa recién elegido, que lidia con la ansiedad y la duda sobre su nueva responsabilidad. El Cardenal (1963), de O. Preminger, que, aunque no trata exclusivamente de un cónclave, muestra aspectos de la vida en la jerarquía católica y las complejidades políticas y religiosas de la Iglesia.

En esta entrega hablaré de: Cónclave (2024), de E. Berger; y Las sandalias del pescador (1968), de M. Anderson.

CÓNCLAVE (2024). Película dirigida por Edward Berger y basada en la novela homónima de Robert Harris, muy meritoria por su capacidad para combinar intriga política, drama y un análisis profundo de las dinámicas de poder en el Vaticano.

La historia se desarrolla tras la inesperada muerte de un Papa ficticio, lo que desencadena el proceso de elección de su sucesor. El cardenal Lawrence, interpretado magistralmente por Ralph Fiennes, se convierte en el eje central de la narrativa.

Lawrence, que se ha de enfrentar a conspiraciones y secretos que podrían sacudir los cimientos de la Iglesia Católica, es nombrado para organizar y liderar la ceremonia y el complejo ritual de la elección de un nuevo Papa.

Edward Berger, con guion Peter Straughan, demuestra una vez más su habilidad para manejar temas complejos con una dirección elegante y precisa. Un inteligente y entretenido juego de poder, ambiciones y peligros. La película va que vuela, con conciencia de thriller y un oscuro sentido del humor, lo cual mantiene al espectador cautivado.

El elenco es uno de sus puntos más fuertes. Ralph Fiennes ofrece una interpretación profunda y matizada, mientras que Stanley Tucci, Isabella Rossellini y John Lithgow aportan actuaciones igualmente brillantes. Cada actor logra dar vida a personajes complicados, reflejando las luchas internas y externas que deben enfrentar en el cónclave.

La fotografía de Stéphane Fontaine es un elemento sustancial en la creación de la atmósfera de la película. Su uso del color y la iluminación no sólo embellece cada escena, sino que también refuerza el tono de misterio y solemnidad. La música de Volker Bertelmann complementa perfectamente el filme, añadiendo capas de emoción y tensión en momentos cruciales.

Película sensacional, envolvente, en un clima de severidad y densidad que se puede cortar. Hay intriga, hay misterio y elevadas cuestiones que atañen a la fe en Cristo y al respeto debido a la Santa Madre Iglesia.

Es a la vez un juego de ambiciones y de poder no exento de peligro, especie de thriller oscuro con una gran solemnidad en la puesta en escena de Berger y gran fascinación por los escenarios vaticanos.

Una película que, a pesar de su final extravagante, es una obra de las buenas. La película ha sido bien recibida tanto por la crítica como por el público. Se ha destacado su capacidad para abordar temas vaticanos religiosos y políticos, de manera respetuosa, fidedigna y no exenta de crítica.

Que combina maquinación, drama y una ejecución técnica impecable. Sumerge a quien la ve en el hermético mundo del Vaticano. Invita a la reflexión y es una propuesta cinematográfica interesante.

 

LAS SANDALIAS DEL PESCADOR (1968). Excelente y premonitoria película sobre el futuro de la Iglesia Católica, brillantemente dirigida por Michael Anderson y un excelente guion de John Patrick y James Kennaway, basado en la novela homónima de Morris West,

La música de Alex North con preciosas partituras de acentuado tono épico lleva en volandas la historia. Buena fotografía de Erwin Hillier, sin olvidar la magnífica dirección artística: escenarios, decorados y vestuario.

A la cabeza del reparto un soberbio Anthony Quinn, a quien acompaña nada menos que Laurence Olivier (presidente de la URSS), y le siguen en magistral coro Oskar Werner (como sacerdote crítico y atormentado); David Jensen, de reportero de TV; Barbara Jefford (su esposa); el mismísimo Vittorio de Sica (cardenal); Leo McKern, Paul Rogers y Nial McGinnis (los tres como eminentes teólogos); o Clive Revill.

Se nos cuenta el premonitorio acontecimiento de un papa proveniente de la órbita comunista, en este caso el arzobispo ucraniano Kiril Lakota (Quinn), quien, tras veinte años como prisionero político en Siberia, es liberado inopinadamente por el presidente de la URSS, Piort Ilyich Kamenev (Olivier), su carcelero en Siberia, y enviado al Vaticano como asesor.

En Roma, el papa Pío XII (John Gielgud), ya en el final de sus días, le nombra cardenal. Vendrá a continuación la nueva elección de papa tras el fallecimiento de Pío XII en 1958. Todo ello en el ambiente de Guerra Fría propio de aquellos finales de los cincuenta. Y, al poco, la proclamación del papa que venía del frío siberiano.

Un recién elegido papa de Roma venido de la órbita soviética, en medio de una grave crisis entre China y la URSS, que amenaza con una guerra nuclear. Entre medias del drama del protagonista —comedido y brillante Quinn— incluye críticas al funcionamiento del Vaticano.

Pese a su larga duración, queda inevitablemente breve con todas las tramas secundarias que despliega: el conflicto chino-ruso; los problemas de un sacerdote camuflado, el padre Telemond (Werner), tras el cual se esconde presuntamente el gran pensador y científico jesuita Pierre Teilhard de Chardin y su peculiar visión del ser humano y del cristianismo; la crisis matrimonial de un comentarista de televisión (Jensen), finalmente resuelta con la intervención del papa en un encuentro con su mujer (Jefford).

Todos estos capítulos se engarzan en la historia principal. Y curioso: el pulso narrativo de las escenas individuales resulta ser el valor principal de la cinta, e incluso dichas escenas sirven a modo de distractor de otros errores más genéricos dentro de la cinta.

Durante años, esta película fue considerada como ciencia ficción, por aquello de un papa proveniente del bloque comunista, que sale a las calles de Roma libremente y que incluso se dispone a repartir las riquezas vaticanas entre los pobres.

Pero tras lo que hoy conocemos, de ficción nada: hubo un papa polaco proveniente del llamado Telón de Acero (Karol Wojtyla, Juan Pablo II) y el actual Francisco es incondicional de los pobres.

Morris West publicó su novela en 1963, cuando vino la auténtica revolución vaticana de la mano de un Papa grande en sabiduría y santidad, Juan XXIII, el primero en abrir las ventanas romanas para que entrara el aire en las estancias y en los espíritus de una Iglesia decadente y alejada del pueblo.

Este Papa revolucionario, un papa buono («papa bueno»), no pudo culminar su obra gigantesca de actualización iniciada en el Concilio Vaticano II, pues sólo estuvo al mando de 1958 a 1963. Justo el año de la publicación de la novela de West, no por casualidad.

Los diálogos de la película son excelentes, impresionante puesta en escena que muestra el poder político y mediático del Estado Vaticano que sin armas ni poder real, tiene una influencia enorme en el mundo.

Hay muchas partes de esta obra muy atrayentes (dura 157 minutos). Pero a mí me parece singularmente sugestivo el interrogatorio y juicio al padre Telemond de parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Un juicio muy interesante en el plano teológico y de las ideas, con importantes actores en el papel de teólogos (McGinnis, McKern o Rogers).

Película asequible, no hace falta ser teólogo o letrado para entender que puede suceder que un Dios nos acompañe marque los designios de nuestras vidas y de las instituciones más sagradas.

Película que sigue teniendo vigencia, más en este mundo en el que la institución vaticana parece querer mover ficha y dar un paso al frente, con este papa llegado de Argentina, con el nombre de Francisco, un santo emblemático en su entrega y servicio a los pobres.

Hay una escena para recordar: mientras los cardenales toman café en el cónclave, el entonces cardenal Kiril les habla de su cautiverio en la Siberia y confiesa que estuvo a punto de matar a un hombre. Entonces el cardenal Leo McKern (De Sica) le dice sorprendido: «Camina por una cuerda floja de moral»; y el Papa responde: «Todos lo hacemos». Contestación que encierra el dilema de todo el que cree y se ve sometido a situaciones extremas. Aunque, como apunta el Papa, no hay que olvidar fuerza de la oración.

Decía Antonio Machado: «Converso con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo espera hablar a Dios un día».

Más extenso en revista Encadenados.