Para los que no lo sepan, la Ribera siempre se ha inundado, pero nunca como ahora. Ayer, curiosamente, estuve conversando con uno de los antiguos del lugar, que ya no se encuentra por estos lares, y le envié una foto de hasta qué altura habían llegado las aguas en la plaza de La Herrería; se quedó sin palabras.

No sé si es culpa del cambio climático, de la peatonalización, del sistema de alcantarillado, de la falta de previsión… A fin de cuentas, no soy ingeniero y solo puedo ampararme en el estricto rigor de los hechos. Tampoco pretendo dirimir culpables; algo muy propio de nuestra sociedad, sobre todo entre nuestros políticos, para los que el grado de culpabilidad depende de si el que está en la poltrona es de los suyos o del “enemigo”. Yo solo quiero poner de manifiesto un nuevo problema, por si alguien intenta escurrir el bulto o normalizar la situación.

Este miércoles, todas las autoridades estaban alertadas, todos los protocolos estaban listos para ser ejecutados y todas las alertas estaban activadas, pero nuevamente estábamos a merced de los elementos. La tormenta perfecta: una tromba considerable y constante que coincidía con la pleamar y ¡Chas!, toda la Ribera inundada.

Durante esa noche, nos acostamos con el miedo en el cuerpo. Estábamos en alerta roja y todos los indicadores decían que lo de esa noche iba a ser peor. Gracias a Dios, todo quedó en una falsa alarma. Y mientras que aquí nos librábamos de milagro de una nueva inundación, en la costa levantina se contaban los muertos por cientos. Sinceramente, me avergüenza quejarme viendo las imágenes de otros lugares en España, donde la Dana ha sido mucho más violenta. Pero el hecho de que ellos están infinitamente peor, no quiere decir que nosotros no estemos mal.

La noche del jueves nos acostamos con un posible desbordamiento del Guadalete. Y mientras que ajenos a la tragedia, muchos vivían la noche más americana del año, (que no es el 4 de julio), entre golosinas y disfraces cutres, muy cerquita de nosotros, había otras familias a las que el miedo no les hacía gracia, porque era un miedo real y no estaba tras una pantalla en un slasher.

Parece que, por ahora, nos hemos librado. Pero también parece que esto se va a convertir en una tónica y vamos a pasar muchas noches de miedo, cada vez que una tormenta considerable se acerque a nuestras costas. Y no va a tener nada que ver con Halloween ni con una Dana.