Desde la Psicología del Desarrollo humano es bien sabido que una persona debe transitar desde que nace, etapas evolutivas que afectan a su esfera física, cognitiva, emocional y sexual, hasta la madurez. Estas etapas tienen cada una su tiempo y van acompañadas de experiencias y descubrimientos, necesarios para un progreso óptimo y sano.
Hay dimensiones como el apego afectivo, el lenguaje, ciertos hábitos alimenticios o la propia sexualidad, que se despliegan en determinados momentos, llamados “sensibles”, y que necesitan de facilidades y de un entorno apropiado para que aparezcan en forma óptima.
Si no sucede así, si hay precipitación o no se dan las condiciones, pueden producirse grados de disfuncionalidad. Ocurre cuando hay un adelanto inusual, por ejemplo, en el ejercicio del amor o la sexualidad. Esto es lo que ocurre en las dos películas que hoy comentaré: Secretos de un escándalo (2023), de T. Haynes; y El mensajero (1971), de J. Losey.
SECRETOS DE UN ESCÁNDALO (2023). Veinte años atrás, hubo un mediático romance en los EE. UU. entre Gracie Atherton-Yu (Moore) y un joven, Joe (Melton) de 13 años, que provocó un gran escándalo. Cuando ha pasado el tiempo, ya con sus hijos camino a la Universidad, Hollywood rueda una película sobre esta historia.
La actriz Elizabeth Berry (Portman), que hará el papel de Gracie en el filme, decide pasar un tiempo con la familia real para intentar entender mejor a esa mujer a la que va a encarnar.
Comedia oscura y drama psicológico dirigido por Todd Haynes y escrito por Samy Burch (debutante) a partir de una historia del propio Burch y Alex Mechanik, basada en el escándalo real de Mary Kay Letourneau, quien sostuvo relaciones sexuales con su alumno Vili Fualaau en la década de los 90, por lo cual fue condenada a prisión.
Haynes realiza un trabajo intrigante de psicodrama que va más allá de la fábula. La historia de una actriz que llega a Savannah, Georgia, para indagar sobre la Gracie real, la implicada en el mencionado caso. Conoce y habita con Gracie para perfeccionar su trabajo, pues hará sobre ella en el cine. Un drama que se desarrolla de forma delicada y gradual.
El filme ofrece un juego presidido por la astucia, con una excelente pareja de intérpretes en plena forma: Natalie Portman y Julianne Moore, involucradas en un interesante juego de espejos. Cuenta el reparto también con actores y actrices como Charles Melton, DW Moffet o Cory Michael Smith.
La cosa es que la famosa pareja del escándalo duró y la pareja, ahora casada, tiene hijos en edad universitaria. La vida familiar de Gracie con Joe Yoo de 36 años, trabajador en un hospital, parece feliz y estable, una familia armónica. Sin embargo, hay algo no resuelto, hay una paz controlada por la esposa, atrapados los dos por una relación carnal infantil que viene de veinte años atrás.
A ella se le oye decir: “Las personas inseguras son peligrosas… yo soy segura”. Claro, ella sedujo y abdujo al niño que fue su actual esposo que quedó enredado en la tupida red de afectos perversos que ella creó sobre él.
Joe, el joven esposo, cría mariposas y observa su gestación, como si nunca hubiera entendido cómo funciona el mecanismo de la reproducción e incluso del sexo. Porque Joe creció de golpe, pero como vemos, no creció realmente, quedó infantil.
Fue seducido y directamente convertido en padre por una mujer que simbólicamente era su madre. Esta es la idea que quiere apuntar el título original: “Mayo Diciembre”, expresión usada en inglés para referirse a las relaciones en las que uno de los integrantes de la pareja es mucho mayor que el otro (mayo como la primavera y diciembre como el invierno de la vida).
Elizabeth se toma su tiempo para estar con Gracie, Joe y su familia, llevando una investigación que se desliza por lo intrusivo, por inmiscuirse en asuntos delicados. Su interés en la historia mezcla lo personal con una curiosidad malsana sobre el pasado de la familia.
De hecho, la actriz se reúne con varias personas de la comunidad, incluido el ex marido de Gracie, Tom (DW Moffet), y su hijo mayor, el abrasivo y amargado roquero aficionado Georgie (Cory Michael Smith).
Lo que habría podido ser una investigación sobre la ética del cine, de hacer películas “sacadas de las noticias", se convierte en un drama que desvela asuntos psicológicos profundos y graves. Joe va mostrando su incapacidad y su infantilismo conforme avanza el metraje, a lo cual colabora la estupenda actuación de Melton como el joven padre de familia.
Joe es un hombre cuya psique ha sido rota por su prematura experiencia como púber lanzado al sexo y a la paternidad. Pues es sabido que, en la infancia, el sexo es una especie de rompecabezas, pero no se sabe bien cómo encajar las piezas ni cómo funciona. El ser humano necesita un proceso de aprendizaje y tiempo para conseguirlo. Pero cuando el niño Joe conoce a Gracie, esta lo lleva a la cama y le da ya armado el puzle, lo cual tiene sus consecuencias negativas.
De hecho, Gracie todavía trata a Joe como si fuera un pequeño. Es el mismo Joe padre quien le confiesa a su hijo adolescente Charlie (Gabriel Chung) que nunca ha fumado un porro, o sea, que no sabe de la vida. Como que Joe dio un precipitado salto desde la infancia a la edad adulta, perdiéndose fases intermedias como la adolescencia, que es una etapa crucial para solucionar las crisis de identidad. El resultado, un ser incompleto e inmaduro. Su esposa sigue contribuyendo a ello.
Moore hace su rol de Gracie con nervio de acero en una actuación mezcla de fragilidad neurótica y fragilidad dominante. Portman de su parte convierte a Elizabeth en una figura misteriosa que oculta su yo real, como hacen a veces los actores, mientras absorbe las características de Grace; a veces es una ingenua detective y otras es una mujer muy manipuladora.
Drama naturalista que nos recuerda su dimensión metaficcional, esos efectos de espejo, con Moore y Portman a menudo enmarcadas en una simetría exagerada, e imágenes televisivas que nos hacen preguntarnos hasta qué punto la película de Elizabeth tratará realmente sobre la búsqueda de la verdad, o pretende algo más básico.
Hay un truco sorprendente, pues el responsable de la música, Marcelo Zavros, acorde con Hayne, utilizan para la obra la partitura de Michel Legrand en otra película muy anterior: “El mensajero” (1971), de Joseph Losey, cuyos acordes reelabora el compositor Zavros. Como queriendo subrayar temas de esa película que ahora comento, como la explotación o la inocencia. Haynes y el director de fotografía Christopher Blauvelt también se inspiran en ese filme de Losey.
EL MENSAJERO (1971). Esta película, de la época de su esttreno, está muy vinculada con la de Hayne. Joseph Losey nos cuenta un romance oculto, intenso, denso, furtivo entre una mujer y un amante ardiente. Pero quien lleva y trae las cartas es un niño, también enamorado.
Un niño de 13 años, Leo, pobre y huérfano, es invitado a la casa señorial de los señores Mudsley por ser amigo de su hijo. No tardará la hermana en utilizarlo como “mensajero” de las cartas a su amante. Una historia de amor prohibida en la cual el muchacho es portador en mano de manuscritos pasionales. El nene está perdidamente enamorado de la hermosa mujer.
Tercera colaboración de Joseph Losey con el dramaturgo Harold Pinter, adaptación de la novela “The Go-Between” (1954) de Leslie P. Hartley. Aborda la inocencia del púber protagonista que es manejado por una hermosa mujer, una fémina egoísta. Magistral trabajo de Losey, con un gran guion de Pinter, que posee una brillante estructura narrativa.
Magnífico reparto. Sutil y delicada Julie Christie, casi gaseosa; Sir Alan Bates, tan grande y apuesto como siempre, con su incitante mirada; brillante Margaret Leighton, que fue propuesta al Oscar por esta actuación; y Dominic Guard, muy bien como el niño correo.
Una obra preciosista atenta a todos los detalles, una fotografía maravillosa de Gerry Fisher, puesta en escena, ambientación y vestuario consumados.
Pero vayamos a nuestro asunto. En la película de Losey hay un nene mensajero que lleva y trae recados entre la dama rica y su ardiente amante. Leo tiene 13 años y claramente se enamora de la mujer. Y ya acabando el filme, vemos a Leo de adulto, convertido en lo que un crítico llamó un “eunuco anémico”, todavía unido amorosa y afectivamente a la dama, que en ese punto es ya una mujer mayor, esta vez como mensajero entre ella y su nieto.
Conclusión
Hayne hoy, Losey en los setenta, enfocan la misma situación traumática en un varón de 13 años que nunca logró completar el rompecabezas de su sexualidad por sí solo, ni lo resolverá como adulto pues su momento pasó, quedó fijado en un momento infantil. Ese momento es lo que los psicólogos llamamos “período sensible”, fuera del cual, la función sexual en este caso queda seriamente menoscabada y suspendida.
Pensemos que es en la post-niñez o preadolescencia cuando las hormonas empujan las fichas del rompecabezas sexual, y cuando los padres y también los educadores van armando la identidad de un joven, a través de modelos precisos, permisos y prohibiciones. Es una etapa en la que el muchachito descubre la experiencia de la eyaculación y se entrega a prácticas masturbatorias que lentamente devendrán comportamientos sexuales compartidos y maduros.
En ambas películas, Hayne y Losey enfocan la misma situación traumática en niños que no logran completar su sexualidad, habiendo quedado lastrados y apartados del camino que lleva a la adultez. La causa, la prematuridad en el sexo y el amor. Como dice el refrán: “Cada cosa a su tiempo, y los nabos en adviento”.