Juan Rincón.- Hoy es 8 de noviembre. En algunos centros de educación de personas adultas de Andalucía se celebrará el nacimiento de Paolo Freire, el pedagogo que nos sirvió de base teórica y práctica para construir desde la nada ese edificio que fue la “Educación de Adultos” en Andalucía y tantas otras partes del mundo. En realidad, es una licencia que nos tomábamos. Pablo Freire nació el 19 de septiembre de 1921, pero si celebrábamos su vida en ese mes, nos encontrábamos con un curso apenas empezado y siempre aceptamos con gusto el aplazamiento.
Al principio lo llamábamos con orgullo el Día de la Alfabetización y lo preparábamos con la alegría de reivindicar el nacimiento no de un hombre sino de un proyecto liberador. “Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción.”, dijo y cuánto en serio nos lo tomamos. Ese día no se escribía en la escuela. Se festejaba, se reía, se comía, se charlaba, nos encontrábamos con otras escuelas.
Luego se convirtió en oficial y pasó a denominarse el día la Educación Permanente como si algunos y algunas sintieran vergüenza en reivindicar el proceso alfabetizador que se produce en cualquier nivel educativo. “Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra”, repetía Freire.
Con el tiempo dejó de celebrarse en muchos centros esta efeméride, esta gesta popular que fue y que es la red de proyectos educativos para personas adultas. Hoy, el mío, un lustro corto desde de mi jubilación, también la obvia por primera vez. Y me duele. Y lo entiendo, pero no lo comparto. Cuando lo urgente nos impide asumir lo necesario yo no me siento bien.
En este día nos afirmamos en el valor del proceso educativo durante toda la vida y damos fuerza al edificio moral que sostiene los pasos de cada persona que usa su tiempo y su vida de manera colectiva y liberadora. No es solo otro día más. Alumnas, alumnos, maestras, maestros, voluntariado, asociaciones, vida, lucha, fiestas... Es nuestro día.
Pero hoy ocurre algo más. Un amigo de la primigenia educación de adultos, un “pablofreire” doméstico y cercano que nos acompañaba en nuestras locas excursiones para conocer y empezar a amar nuestro patrimonio natural nos dejó ayer y se fue a llevar el amor por la educación medioambiental al firmamento de las buenas gentes. La gente más veterana lo recordará. Alejandro Gallego Carvia, educador de la Granja Escuela Buenavista, pedagogo por derecho, portuense y amigo de la infancia, hombre bueno entre los buenos, se fue dando sus amistosas cojetadas. Él nos repitió mil veces las diferencias entre un pinsapo y un pino, entre un quejigo y un acebuche, la decisiva importancia de los ecosistemas naturales, siempre dispuesto a comprender, siempre dispuesto a sonreír. ¡Seguro que la tierra le será leve a tu corazón ecologista, amigo!