Víctor Erice ha sido merecedor de innumerables reconocimientos entre los que destacan la Concha de Oro del Festival de San Sebastián en 1973 por su primera película El Espíritu de la Colmena; el Hugo de Oro del festival de cine de Chicago en 1983 por El Sur; y posteriormente, sendos premios del Jurado y de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes de 1992, por El sol del membrillo, que además fue elegida la mejor película de su década por las filmotecas y centros culturales de todo el mundo.
Erice se ha prodigado poco, su filmografía es limitada pero excelsa. Hoy doy un repaso a la práctica totalidad de su cine, al hilo de su estreno Cerrar los ojos (2023).
“Cerrar los ojos” es el regreso de Erice al cine y también será el retorno al Festival de Cannes fuera de concurso, en la sección Cannes Premiere. Thierry Fremaux, el director del Festival lo ha justificado porque «habla de la esencia del cine y sobre cómo las películas capturan el pasado y los recuerdos».
Un célebre actor español, Julio Arenas, desaparece durante el rodaje de una película. Nunca se encuentran vestigios de él y la policía cree que ha sufrido un accidente al borde del mar.
Años después, el misterio se hace actual a raíz de un programa de televisión que pretende evocar la figura del actor. Para ello ofrece en primicia imágenes de las últimas escenas en que participó, rodadas por el que fue su íntimo amigo y director de aquella cinta inacabada, Miguel Garay, quien cayó en desgracia, por no haber podido terminar la obra.
Estamos ante un drama sobre la amistad y el paso del tiempo que versa sobre la identidad, la vejez y la memoria. Comienza con un programa de TV, como he apuntado, con la presencia del director Garay, que vive retirado y dedicado a la pesca en la costa almeriense.
Empieza el filme con una escena de José Coronado y Josep Maria Pou en una peli antigua rodada décadas atrás y olvidada; el tono no es de Erice sino de Miguel Garay, un director fracasado que, además, protagoniza la historia.
Hay varios diálogos a dos de Manolo Solo y Mario Pardo, de Solo y Ana Torrent (que sigue hechizando con la mirada que antaño capturó Erice), de Solo y Soledad Villamil (gran momento de la actriz en su parte de metraje). En esas conversaciones se explican los argumentos de la película: la desaparición, el fracaso, la amistad, el amor, la ausencia, el olvido, los recuerdos.
Hay todo un juego y alarde de interpretaciones, una sinfonía de miradas y de detalles. Alusiones a un mundo y a unas maneras de ser y entender las cosas que ya son un tiempo pasado.
En el reparto todos/as están bien, pero Solo está sobresaliente y el personaje de viejo técnico de cine que interpreta Mario Pardo, genial. Sin olvidar a José Coronado, con enorme capacidad de decirlo todo sin apenas texto; un personaje de lujo y “una interpretación sustantiva y desadjetivada” (Oti).
Valioso guion de Erice junto a Michel Gaztambide. Sensacional la fotografía de Valentín Álvarez y loables las notas de Federico Jusid. Todo ello contribuye impregnar la cinta de una melancolía y una pesadumbre que la preside y agarra al espectador a base de planos muy cortos.
Es también una ofrenda al cine, hay cine dentro del cine y un Erice que imprime un ritmo pausado a cada plano, hay parquedad y arte, para un cine que respira y canta, como cuando Solo y un joven acompañante entonan “My Rifle, My Pony and Me”, como lo hacían Dean Martin y Ricky Nelson en el filme “Río Bravo” de Howard Hawks.
La película dentro de la película hace también referencia a una finca de nombre Triste-le-Roy, justo en una mansión decadente, donde vive el hombre que llora por su hija (magnífico José María Pou), ella también, como el protagonista, desaparecida.
En fin, la película trata de un director inacabado, Garay, que no pudo terminar su primera película; de un actor esfumado; de un amor que apenas empezó, acabó; de un concepto de cine que es el origen, la causa y la consecuencia de toda esta película; de la necesidad de hallar una mirada clara; y de que el recuerdo y el olvido suenan muy parecidos.
Obra testamentaria donde Erice ajusta cuentas con esas películas inacabadas o imaginadas que conforman su breve pero deslumbrante universo como cineasta único.
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El filme expone la nitidez y la densidad de atmósfera propias de Vermeer, con un Antonio López intentando aprehender con su pincel los cambios y entresijos de un membrillero que tenía en el jardín de su casa, durante horas, días y meses.
Todo captado por la savia mano de Erice que quiere hacer cine documental pero que le sale cine-cine, cine sobre la existencia y nuestro papel en el mundo, y lo poco que sabemos y podemos captar de ese universo cotidiano que sale a nuestro encuentro a cada instante.
Un guion genialmente lineal del propio Erice, fotografía inconmensurable de Javier Aguirresarobe y Ángel Luis Fernández, y una sugerente música de Pascal Gaigne. Todo lo cual da como resultado una obra de arte de enorme nivel.
Esto es Vermeer van Delft, esto es Bergman, esto es el límpido cielo, el ambiente que flota y puede palparse, la ingente tarea de captar la realidad, el movimiento continuo a que se ve sometida, la colosal labor de vivir con, desde y por la «curiosidad».
Un cine despojado de accesorios, de decorados, de artilugios, desnudo, como pretendía Juan Ramón Jiménez para la poesía. Cine, poesía y pintura se dan la mano en esta cinta.
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La historia se desarrolla en una casa de nombre la "Gaviota", una casa a las afueras de una ciudad en el norte español. En ella viven Agustín Arenas, hombre del sur, médico y zahorí; Julia, su mujer, maestra represaliada tras la Guerra Civil; y Estrella, la hija de ambos. Estrella es una niña fascinada por la figura de su padre.
Erice es un genio y hace una obra muy personal, de cineasta de culto. Sabe hacer uso de medios sorprendentes con una cadencia propia, una musicalidad y lirismo indiscutibles, junto con una gran elaboración narrativa.
Tiene la película un guion del propio Erice, en el cual colaboró durante un par de meses el crítico y ensayista Ángel Fernández Santos. El libreto está basado en la novela de Adelaida García Morales, que contiene dos relatos, siendo el primero de ellos el que da título al libro y al film: El Sur.
Quien vea la película observará la singularidad del inicio del filme, que es sin duda fruto de la creatividad de Erice para generar una atmósfera que define el resto de la cinta. Este efecto lo consigue al fijar la cámara en la cama de Estrella mientras van pasando los días, amanecer tras amanecer. Este plano repetido produce en el espectador una sensación de soledad, abatimiento y nostalgia que ya continúa hasta el final.
Los comentarios técnicos e históricos necesitan de la mención importantísima y explícita al enorme productor que fue Elías Querejeta, quien por razones de peso aplicó la tijera y la dejó como la conocemos. Quedó un excelente metraje de 93 minutos, convirtiéndose en un referente de nuestro cine, una “obra maestra” de recorrido interior, de sensaciones, de emociones, tristezas y alegrías.
En el reparto Omero Antonutti hace un trabajo parco al que dota de cualidades enigmáticas, justo lo que se pretendía, pues es un hombre callado con secretos y sentimientos muy escondidos: trabajo genial. Sonsoles Aranguren interpreta con gran sensibilidad a Estrella cuando es niña, en tanto Icíar Bollaín lo hace cuando la niña ya se ha convertido en una mujercita. Lola Cardona muy bien, en su papel de mujer que sufre calladamente. Rafaela Aparicio es siempre una garantía y sirve a modo de contrapunto alegre al drama que sobrevuela el filme. El éxito de público y crítica de la película fue absoluto.
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Esta película trata la infancia como etapa de intuición, cuando somos puramente perceptivos. Ambas niñas lo son. Por eso, la película nos cuenta ese mundo de sombras, inquietudes y temores que las niñas tienen, donde todo es posible y donde por vez primera, Ana, se tropieza con la muerte de una manera feroz.
Un icono de nuestro cine, con un guion sobresaliente del propio Erice junto a Fernández Santos. Música del gran compositor Luis de Pablo, que escribió una banda musical extática para acariciar imágenes de puro lirismo.
La fotografía es muy importante en este filme. Por ello, Erice y Luis Cuadrado, el operador, tiñen color miel los interiores, quitándoles todo atisbo de luz solar, o sea de vida, para explicar el estado de ánimo desesperanzado de Fernán Gómez o Teresa Gimpera, que habitan un mundo derruido.
Esta indócil y preciosa película tiene ya medio siglo, pero resulta actual, incluso podría afirmarse que es una obra adelantada a muchas de las se hacen hoy. Sus imágenes no tienen explicación racional, sino que actúan como caja de resonancia interior en cada nuevo espectador.
Cuenta con un elenco de categoría: un Fernán Gómez sublime. Laly Soldevilla, genial. Teresa Gimpera, excelente. José Villasante, muy bien (el monstruo Frankenstein). Miguel Picazo, y la destacada intervención de la niña Ana Torrent, recién descubierta para el cine; y otra niña igualmente maravillosa, Isabel Tellería.
Un clásico del cine español. Sólo hay que saber visionarla para que deleite.
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