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No es raro que los padres se inmiscuyan en los noviazgos y planes casamenteros de sus hijos. De eso toca hablar hoy a través de dos películas: Sí, quiero… o no (2023), de M. Jacobs; y Viaje al paraíso (2022), de O. Parker.

 

 

 SÍ, QUIERO… O NO (2023). La pareja de jóvenes compuesta por Michelle (Roberts) y Allen (Bracey) empiezan a considerar la opción de contraer matrimonio o separarse, se debaten entre el todo o la nada. Un planteamiento asombroso para unos novios que se quieren y todo eso. Como si la duda los presidiera.

Para más inri, resulta que los treintañeros ven amenazado su amor cuando él, en la boda de un amigo, hace una “jugada fatídica” e impide que su novia coja al vuelo el ramo de flores (quien lo coja se casará). No quiere comprometerse.

Esto desencadena una discusión entre ambos. Un rifirrafe sin demasiado fondo, lo cual que decide ella que se va con sus padres y él hace otro tanto. Todo ello de una manera muy anodina y sin sustancia ni fondo.

 

En esa duda andan, cada uno en su casa hablando con sus padres, cuando acuerdan invitar a sus respectivos padres (Keaton, Sarandon; Gere y Macy), para que se conozcan e incluso les asesoren sobre cómo encauzar su relación de pareja.

Pero ocurre que entre los padres hay una historia en la trastienda de las relaciones prohibidas. Asimismo, los padres, ya mayores, tienen valoraciones diversas y pragmáticas sobre el valor del matrimonio.

La cosa del filme está en cierto enredo, que adquiere tonalidades maquiavélicas a causa de dos detalles: una cena para que se conozcan las familias y el hecho (visto con anterioridad en un largo prólogo) de que las parejas de padres ya se “conocen” más de lo que debieran.

El director y guionista Michael Jacobs adapta una obra teatral que él mismo escribió en 1978 y que no oculta ese origen teatral, lo cual se hace evidente por el entumecimiento de los diálogos, insustancial apuesta formal y peroratas insulsas.

Jacobs es un veterano de las comedias de situación e intenta una especie de comedia entre triste, apenada y humorística, personajes con mucho dinero, una clase media alta pudiente, consumista y aburrida.

La pregunta es: ¿tiene chispa, humor, picantito o algo la trama? A decir verdad, poquito. Si acaso cuando los matrimonios mayores se encuentran para que los novios puedan presentar a sus padres (lo cual que ya se conocen).

Hay humor en la malicia, el ímpetu y ardor tremendo que Susan Sarandon (76 años) le regala a su personaje Mónica, que es una mujer implacable, una fuerza de la naturaleza. Gere y Macey tienen, algún cruce de espadas meritorio, aunque en tiempo de descuento; a Diane Keaton hay que mirarla con ternura.

Exceso de conversaciones sobre el compromiso, el amor, la infidelidad, la culpa, el perdón, el paso del tiempo e incluso más temas. Abrumador, casi, pues cada personaje resulta machacón cara al espectador.

El resultado podría haber sido más ameno y menos fastidioso. Cuanto sale en pantalla es artificialidad, conversaciones tontorronas o réplicas cansinas.

Lo que más atrae a priori de esta película es su reparto, con actrices y actores de relumbrón. Diane Keaton (76) interpreta a Grace, personaje simpaticón, pero religioso-culposo, quien se deja llevar por una amistad coqueta que podría parecer un romance, con el vacilante Sam (William H. Macy, 72), un hombre al que conoce en el cine, con el cual pasa luego una tierna velada hablando y comiendo pollo frito.

Howard (Gere: 73) y Monica (Sarandon) se han estado reuniendo en habitaciones de hotel durante meses, aunque él ya está aburrido de ella. Gere (73), es un marido aburrido para quien el tiempo del sexo ha pasado; y la intensa y libidinosa Sarandon-Monica, se quiere entender con un Gere melancólico; ese rechazo la pone a ella de los nervios.

Luego, los jóvenes, Emma Roberts y Luke Bracey, los dos protagonistas sirven como puntos de unión en el libreto, en ningún momento son importantes, salvo para cierto reclamo. Los que aportan picante y comicidad son los actores mayores.

Un guion simple, y la propia realización de Jacobs, no dan cancha para demasiados alardes. A lo sumo podemos reírnos un poquito cuando los padres sen encuentran para la cena compartida que, finalmente, entre tanto lío, se queda en nada.

Quien tenga más de 50 años, es probable que sea entusiasta de al menos uno de los actores/actrices mayores. Personajes involucrados en historias separadas que se vinculan de una manera que puedes adivinar, pero que no hay que desvelar.

Pero a pesar de las estrellas, la cinta no consigue superar una medianía que deviene historia, amén de esquemática, con un exceso de parlamento. La trama parece sacada de una farsa francesa del pasado siglo y con un colmo de ñoñería pequeño burguesa.

Para final que no falte el pintoresco montaje de Central Park en todo su esplendor otoñal-invernal, como para recordarnos que este tipo de cosas las hemos visto infinidad de veces en el cine. El escenario ha de verse tan clásico, nostálgico y en tan buena forma, como los protagonistas.

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VIAJE AL PARAÍSO (2022). Clooney interpreta a David, un hombre próspero de mediana edad que está divorciado de la tratante de arte de alto vuelo, Georgia (Roberts). Eran novios universitarios que se casaron demasiado pronto y se separaron infelizmente después del nacimiento de su única hija.

Lily (Kaitlyn Dever), la hija, tras obtener su grado de abogada se marcha de vacaciones a Bali con su amiga Wren (Billie Lourd), y allí conoce y se enamora del cultivador local de algas Gede (Maxime Bouttier) con el cual desea contraer matrimonio.

David y Georgia se horrorizan al recibir la invitación de boda y acuerdan un cese de las hostilidades para salir, en una misión secreta, para sabotear ese matrimonio apresurado y salvar a Lily del mismo error que cometieron ellos.

A todo esto, Georgia tiene un enamorado novio, Paul (Lucas Bravo), piloto de avión de líneas regulares que no sólo los lleva a destino, sino que protagoniza las escenas más cómicas del filme.

La dirección del británico Ol Parker es profesional y plana, o sea correcta y poco más, al igual que el guion, mil veces repetido, del propio Parker junto a Daniel Pipski. Música llevadera de Lorne Balfe y excelente la fotografía y los paisajes retratados por Ole Bratt Birkeland.

Del reparto diré que es un Clooney manido, repetitivo, y escasa sintonía con una Roberts que tampoco da la talla, aunque, a decir verdad, nunca me ha parecido una actriz de fuste. Acompañan más o menos bien actores y actrices como la joven Kaitlyn Dever, Billie Lourd o Maxime Bouttier (correcto y guapetón; y muy cómico).

Creo observar que hay una memorable falta de talento en el Hollywood actual, pues para hacer una obra en condiciones no bastan unos actores comerciales que, además, tampoco brillan como la gente espera. De otro lado la historia es más vieja que el hilo negro y sus consecuencias y avatares por venir, muy predecibles.

Comedia, pues, que a duras penas da lo que promete y que hay que ir a verla como quien va a Cancún o a un crucero: pulsera y más de lo mismo, sin esperar nada extraordinario. O podríamos decir: “Comedia de segundas nupcias”, término fue acuñado por el crítico Stanley Cavell para describir el subgénero de las películas de Hollywood en las décadas de 1930 y 1940, donde parejas divorciadas se reconciliaban de nuevo.

Película intrascendente, mediocre por todos lados que se mire, que no arriesga lo más mínimo y todo va jugado sobre seguro. Romanticona, medio pueril, que pretendidamente quiere parecer original, y todo ello sin conseguirlo en absoluto.

El filme tendría que haber creado más diálogos, diálogos interesantes y con cierto calado, con algo más de intriga, más comedia de las buenas (pero de eso no hay nada) y también, haber controlado más a Clooney.

Aun así, aunque falte mordiente, acidez e ingenio para elevar la cinta al canon de la comedia romántica, como el ambiente general afable, amoroso y espumoso, puede que a muchos espectadores les guste esta comedia romántica, y encuentren una razón alegre para celebrar su visionado.