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Guillermo del Toro: un cineasta grande

Por Enrique Flópiz
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“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Guillermo del Toro (Guadalajara, Jalisco, 1964) fue criado en un hogar católico muy estricto. Desde muy joven se sintió atraído por el cine fantástico.

Del Toro realizó sus primeras películas de monstruos a los 7 años. A los 8 años ya asistió a un curso donde aprendió sobre maquillaje en los efectos especiales del cine de terror que tanto le gustaba.

En 1982 funda su propia compañía de efectos especiales (Necropia) y durante los siguientes años rueda varios cortometrajes, aunque su carrera cinematográfica da un salto cuando produjo la película Doña Herlinda y su Hijo (1985), basada en un cuento de Jorge López Páez. En 1986 colabora en fundar el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, de gran prestigio.

Año 1992, Del Toro comenzó a rodar la que sería su primera película como director, La Invención de Cronos, con dos de sus actores favoritos: Federico Luppi y Ron Perlman. La cinta fue todo un éxito en México ganando nueve Premios Ariel (los premios de la Academia mexicana de cine) y otros galardones más.

Esta cinta le abrió las puertas en Hollywood y en 1997 Miramax le ofreció dirigir Mimic, pero la experiencia no satisfizo a nuestro director.

Por esas fechas su padre fue secuestrado y liberado previo pago del rescate, pero Del Toro y su familia abandonó México y se mudaron a Los Angeles. Con el tiempo viajó a España para rodar una aclamada obra, El Espinazo del Diablo (2001). Del Toro vuelve a Hollywood y en 2002 y dirige Blade II, un producto de calidad y éxito de taquilla.

Dos años después, se embarca en Hellboy y en 2005 regresa a España y hace su película más aclamada El Laberinto del Fauno, un filme multipremiado.

Del Toro recibiría en 2008 el premio George Pal Memorial de la Academia de Cine Fantástico, Ciencia-ficción y Terror en reconocimiento a toda su carrera.

Y luego vendrían Pacific Rim (2013); La cumbre escarlata (2015); La forma del agua (2017); y, El callejón de las almas perdidas (2021), amén de mucha TV.

El cine de Del Toro es como un cosmos en el que conviven el amor al cine clásico, los cuentos de hadas, los monstruos, la novela gótica, la tradición del pulp estadounidense y por supuesto, los cómics.

Como realizador, su trayectoria ha sido ascendente, lo cual se puede comprobar viendo sus películas en forma ordenada. Es un director valiente, con un cine que no aburre y una intensidad in crescendo a lo largo de su obra.

Prontamente, Del Toro quiso enseñar a su público que el ser humano es cruel, algo que demuestran la Historia y las Ciencias humanas y que está dicho ya desde Tito Marco Plauto (254 a. C.-184 a. C.): "Lobo es el hombre para el hombre”.

Pero Del Toro esta idea la lleva convierte terror, en el mundo de lo fantástico, lo siniestro, y una estética con la cual se compromete incluso personalmente Incontables criaturas y extrañezas parecen habitar su mente. El director mexicano ha declarado: «El cine es como un estilo de vida, una manera de ver las historias y el mundo, que va más allá de lo profesional y del dinero».

EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS (2021). Años 40, II Guerra Mundial, un hombre huyendo tras una casa que acaba de incendiar matando a su anciano padre. Luego, un circo, personajes curiosos, una muchacha bonita en cuyo espectáculo transmite electricidad en su cuerpo; y otros números con forzudos y enanos, o echadoras de cartas. Y el “engendro”, humano desaliñado con trazas animalescas, casi encueros, que come carne cruda.

Se cuenta la presencia y también el aprendizaje en el circo del hombre que ha llegado sin nada y huyendo, pero que es ambicioso y pone mucha atención a los viejos trucos que le enseña su amante echadora de las cartas del Tarot y videncia, y los trucos psicológicos del hombre mayor que vive con ella.

O sea, el buscavidas (Bradley Cooper) aterriza en la feria y de la mano de la pitonisa (Toni Collette) y su gancho (David Strathairn), y se introduce en el arte de hacer que los ilusos confundan la realidad y el deseo.

Luego vendrá el amor, cuando el advenedizo enamora a la chica bonita de la electricidad y marcha con ella a la ciudad en pos de mejores locales y espectáculos más llamativos y lucrativos.

Una vez en la City las enseñanzas de una atractiva psicoanalista (Cate Blanchett) de gran apariencia y sofisticados métodos para la época. El joven y apuesto “pitoniso” que seduce a la psiquiatra y se convierte en un mentalista pedestre, con caché y estrella del timo sobrenatural.

Desde esa posición de misterio y pseudo-poder espiritual, nuestro hombre embauca a personas importantes de la ciudad, como un juez y su esposa o un hombre rico e influyente (Richard Jenkins), todos ellos anhelando comunicarse con personas queridas ya fallecidas. Personas estas dentro de las cuales habita una criatura abisal que los atormenta, que no son sino ellos mismos.

El filme está basado en la novela de William Lindsay Gresham Nightmare Alley de 1946. Ya tuvo otra peli de igual título de Edmund Goulding en 1947. Por lo tanto, la película es un remake.

Del Toro, construye una elaborada, barroca y clásica obra, depurada puesta en escena y aspectos técnicos de primer nivel, lo cual es evidente a lo largo de todo el metraje: brillante ambientación; generoso diseño de interiores; creación de un exótico universo de trucos y magia; o la composición de personajes.

El reparto es de primer orden y los actores y actrices están más que mejor: Un Bradley Cooper sembrado como mentalista seductor y timador; Rooney Mara, muy bien como la bonita y buena mucha; Cate Blanchett, arrolladora y potente terapeuta; Toni Colette, estupenda como echadora de cartas y mujer acogedora; Willen Dafoe, un reconocido actor como espeluznante capataz de feria; o Richard Jenkins, extraordinario como millonario siniestro y culposo de su pasada vida.

En el filme tres actos diferentes y extensos: el ascenso del estafador; el auge al Olimpo de la videncia y la farsa espiritista; y la caída de todo un arribista profesional.

Película, en fin, que en su conjunto es sobradamente meritoria. Uno sale del cine con la sensación de haber asistido a una película de categoría.

Más extenso en revista de cine Encadenados.

LA FORMA DEL AGUA (2017). El filme tiene un arranque de fábula con voz en off, con la reconocible música de Alexander Desplat, con una estética futurista y un universo retro-fantástico.

Trata de la insólita conexión que se produce, dentro de un laboratorio de alta seguridad militar, entre dos mundos en apariencia muy lejanos. Elisa (Sally Hawkins), una mujer sin belleza ni glamour, que vive en soledad, que trabaja como limpiadora en el laboratorio, se masturba en la bañera y nunca reniega de su sino. Y de otra parte un hombre anfibio (Doug Jones) que se encuentra ahí recluido en un tanque de agua, como parte de un experimento militar.

Elisa, que además es muda, está dispuesta a embarcarse en un irracional romance con ese monstruo, mitad pez mitad hombre, pero que en cualquier caso es mucho más humano que aquellos que le recluyeron y esclavizaron.

Acompañando a la mudita Elisa está Richard Jenkins (un hombre mayor homosexual y artista a quien ella cuida) y Octavia Spencer (negra), compañera de trabajo. Todos, en efecto, alegóricamente, “monstruos”. Y en frente, Michael Shanon como figura de orden. Este sí, es un ser aberrante.

Esta película habla de la compasión, del calor que se pueden otorgar los marginados, de la capacidad de amar en las circunstancias más duras. Del Toro lo cuenta con un lenguaje visual admirable, retratando sensaciones y construyendo alrededor de los personajes, una metáfora brillante y alucinada.

A propósito, Del Toro dijo: “Es cine sobre la necesidad de lo otro, de lo extraño, de todo aquello que, desde la sombra, construye y desarma la propia realidad”. Y aunque la película se reconoce especie de cuento de hadas, resulta empero un cuento agresivamente desolador y simbólico.

Estamos en el terreno de la Bella y la Bestia y de King Kong. Pero aquí el sentimiento es, inicialmente, inverso: es la mujer la que se enamora de la bestia. Por lo demás, está ambientada durante la guerra fría, con científicos y agentes soviéticos infiltrados en la base estadounidense para conocer la relevancia de la criatura singular que allí habita.

Aborda también temas de carácter político, con símiles en torno al odio y al miedo incrustados en la sociedad. El mismo Del Toro se siente observado en Hollywood por ser mexicano (estamos en la era Trump).

La película navega sobre la retina del espectador como un animal alucinado y herido. Cine sonámbulo tan evocador como decididamente incómodo. Cine que desde la sombra, construye y desarma la propia realidad, que invoca la imaginación como herramienta política contra lo injusto.

Y relación de amor y sexo encubierto, entre dos seres en su prisión de monotonía y experimento. Pero por debajo, en lo profundo, el cuento acierta a adornarse con dos personajes positivos anhelantes de ternura.

 

EL LABERINTO DEL FAUNO (2006). España año 1944, posguerra. Ofelia (Ivana Baquero) y su madre, Carmen (Ariadna Gil), que está embarazada, se trasladan a un pueblo donde va destinado el nuevo esposo de esta, Vidal (Sergi López), un desalmado capitán del ejército franquista.

La niña repudia al militar, cuya misión es acabar con los últimos maquis de la zona. Están también Mercedes (Maribel Verdú), el ama de llaves, y el médico (Álex Angulo) que cuida de la salud de Carmen.

Una noche, Ofelia descubre las ruinas de un laberinto, y allí se encuentra con un fauno (Doug Jones), una criatura que le revela que ella es una princesa. Para poder regresar a su mágico reino, la niña deberá enfrentarse a tres pruebas.

Película extraordinaria (3 Oscar), cruel, soberana lección de cine y una parábola que Del Toro llena de hechizo y pavor, con un dosis de imaginación en su justa medida.

“Un laberinto para perder el sentido” (Costa), filme muy conceptual con el bello aspecto de cuento de hadas, donde las criaturas, más que creaciones cinematográficas, parecen pesadillas.

Actores excelentes (sobresalen la Verdú y López), gran guion, película con trasfondo político (los nacionales queriendo acabar con la última resistencia roja), realidad y fantasía en perfecta armonía, y todo un lujo de obra grande que ya forma parte de la historia del cine.

 

Enrique Flópiz

Enrique Fernández Lópiz. Nacido en El Puerto de Santa María, es Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca y Doctor en esta disciplina por la Universidad de Granada, donde es Profesor Titular del Departamento de Psicología Evolutiva. Cinéfilo desde siempre, escribe críticas cinematográficas desde hace dos décadas en diversos medios escritos y digitales.