José María Cervilla.- En el año 2012 mi gran amigo Carlos tenía 18 años, yo era un chaval de 17, y ambos estábamos concentrados en nuestro último año de bachillerato para entrar a estudiar química en la Universidad.
Pensábamos, como adolescentes que éramos, en las cosas que piensan los adolescentes en esa edad. El carné del coche para poder conducir, la responsabilidad de cumplir 18 años y su típica broma de “ahora puedo ir a la cárcel”, los nervios por la selectividad… empezábamos juntos a vislumbrar ese cambio de la adolescencia a la adultez y lo hacíamos con mucha ilusión juntos, como buenos amigos.
Nos escapábamos a cenar habitualmente, ya que ese era nuestro mayor hobby, y empezamos a descubrir muchos sitios en El Puerto. Era normal que después de tantas comilonas tuviéramos algo de reflujo o nos doliera un poco la tripa, algo sin importancia y a lo que no le prestábamos atención: éramos jóvenes disfrutando de lo mejor de la vida, la amistad. No obstante, a Carlos cada vez le dolía más la tripa, empezaba a ser invalidante muchas veces y los médicos no encontraban explicación a qué podía estar pasando. Recuerdo que una vez paseando en moto tuvo que parar a la derecha de la Avenida de Valdelagrana por el dolor tan insoportable. [El Puerto se adhiere al Día Mundial contra el cáncer 2022 para aumentar la concienciación]
Mientras le hacían pruebas para averiguar qué era, nosotros seguíamos a nuestro ritmo de disfrutar de la vida y de estudiar mucho para la selectividad. Estábamos muy nerviosos por unos exámenes que decidían si podíamos entrar en química los dos juntos y que determinarían nuestro futuro profesional. Recuerdo que el último día de selectividad mi madre nos llevó a Carlos y a mí desde el Campus de Puerto Real a casa, y lo recuerdo perfectamente porque no sabía ni me podía imaginar que cuando lo dejamos en su casa me despediría de él por última vez.
Cuando publicaron las notas me pidió que le recogiera el certificado en el colegio. Él se encontraba esa semana regular del estómago, y yo como buen amigo se las recogí y se las dejé en su casa. Carlos había sacado unas notas increíbles, era un estudiante brillante.
Era verano y me resultaba extraño que no saliéramos juntos como de costumbre. Nunca me cogía el teléfono, era algún familiar el que me decía que no estaba o que no se encontraba bien. Hasta que llegó el día en que un amigo en común me dijo que a Carlos le habían diagnosticado un cáncer de páncreas en estado avanzado, con unas posibilidades muy limitadas de superarlo.
Yo estaba convencido de que mi amigo Carlos era una persona fuerte y luchadora y que podría con él. No me hacía a la idea de que lo iba a poder perder y que esa despedida en el coche iba a ser la última, no podía aceptarlo. Ciertamente mi mundo se derrumbó bastante, sobre todo al escuchar las noticias que llegaban de su estado: con una quimioterapia agresiva se sentía cansado como si hubiera corrido durante muchas horas, permanecía despierto poco tiempo y su estado pasó a ser muy diferente al del Carlos que yo recordaba. Él decidió que sus amigos debían siempre recordarlo como él había sido siempre, no como lo era en ese duro momento del tratamiento, así que no permitió que le visitáramos.
Ese verano lo recuerdo muy amargo ya que las noticias que llegaban de él eran pocas y no daban paso a la esperanza. Todos los días estuve rezando por él, por su recuperación, por volver a esos momentos que habíamos vivido juntos y por tener de nuevo la sonrisa de uno de mis mejores amigos. Hasta que llegó el 2 de septiembre de 2012, cuando yo volvía en mi moto de una noche fiesta en Vistahermosa, pasé por delante de su casa y vi salir a un féretro soportado por su familia yendo al coche fúnebre que estaba aparcado en la puerta. En ese momento me quedé helado, tanto que me caí de la moto en la rotonda de entrada de Valdelagrana y rompí a llorar. Un lloro que duró horas y que venía de lo más profundo de mi corazón, un desconsuelo tan inmenso que hoy, más de 9 años después, sigue pesando y siendo indescriptible.
Esto va por ti, Carlos, un chaval de 18 años al que el cáncer le arrebató su vida a pesar de haber luchado hasta el final. Este Día Mundial Contra el Cáncer es tu día, el día de miles de personas que no han podido derrotar a esta enfermedad, el día de las miles de personas que sí la han derrotado, el día de las miles de personas que apoyamos a aquellos que sufren la enfermedad y el día de las miles de personas que pierden por ella a un ser querido.
Hoy, y siempre, va por ti, va por ellos.