Joaquín García de Romeu.- Hay días en los que lo comienzas tras el cristal de tu ventana, la lluvia te deja confinado entre tú y tus pensamientos, y, mientras ves caer el milagro de las lagrimas del mundo, observas tu entorno desde otra perspectiva.
Lo primero es la sensación de limpieza, el ambiente, puro y acogedor, te permite borrar de tu cabeza los ruidos que se acumulan, y todo adquiere una sencillez apetecible.
El murmullo de una semana cargada de comentarios, insultos, estrés y desazón, se deslizan por tu mente; como si fueras una sucia azotea, con la lluvia se va limpiando, haciendo que lo sobrante, lo sucio, lo incomodo, comience a ocupar los bajantes que todo se lo tragan.
Tras el cristal veo como mi mente se va limpiando, y observo como la alcantarilla de la calle se va tragando todo lo que me sobra. Y es que a veces, basta una taza de café, algo de tiempo, y sobre todo, sobre todo, dejar que la naturaleza haga su trabajo.
La lluvia me recuerda que cuando algo es inevitable, cuando algo no podemos dominar, es mejor dejar que haga su trabajo, y en mi caso, si me dejo llevar por la lluvia, noto como mi mente se limpia y relaja… si, con toda seguridad, dejando espacio para que se vuelva a ensuciar, pero es que, al fin y al cabo, hemos de ser conscientes de que nosotros, como una azotea, no podemos estar siempre limpios y brillantes.
Si hoy la lluvia limpia la azotea, mañana el sol secará los restos de humedad, para que pasado mañana el levante vuelva a llenarla de hojas y arenisca. Sin embargo, la naturaleza sabe hacer su trabajo, quizás seamos nosotros los que no sabemos cómo dejarnos llevar por ella.
Hoy, tras los cristales, veo como mi mente se limpia, veo como las corrientes de la calle se llevan mar adentro lo que me sobra, y soy consciente de que no será para siempre, pero aun así, sonrío.