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| Encendido 2 años hace

Espías reales

Por Enrique Flópiz
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“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.

Camisa impecablemente planchada, corbata, tirantes, pelo engominado y bigotito. Benedict Cumberbatch se mueve con paso firme y gesto concentrado por la sala. Está completamente metido en su personaje en El espía inglés (2020), largometraje de Dominic Cooke. Película a la que más de uno asocia o compara con El puente de los espías (2015), de Steven Spielberg. De ambas me dispongo a hablar a continuación y en las dos, historias de sendos espías históricos.

EL ESPÍA INGLÉS (The Courier) (2020). He podido visionar no hace mucho esta muy interesante película que se desarrolla en los años de la Guerra Fría, filme de Domique Cooke, con un trabajado guion de Tom O'Connor. En ella, el M16, el servicio de inteligencia británico repara en Greville Wynne, un comercial y vendedor, y lo convence para que haga las veces de espía.

La mirada distante y fría de Cooke, se proyecta sobre la historia convirtiéndola en un relato bien narrado, correcto y sobrio.

Estamos en los años 60 del pasado siglo, época de la denominada “crisis de los misiles” de la URSS en Cuba. Aunque Greville se niega, logran convencerlo diciéndole que él puede inclinar la balanza a favor de EE. UU. e Inglaterra, poniendo a salvo a Occidente de una conflagración mundial.

Wynne comienza a trabajar con la CIA, yendo y viniendo a la URSS, supuestamente como vendedor de diversas marcas comerciales, pero su misión es filtrar información sobre el plan que tienen en marcha los rusos en Cuba, con un Nikita Krusschev como presidente soviético eufórico y desvariado, que pretende montar en Cuba unos misiles nucleares apuntando a los EE. UU., con la tajante oposición de J.F. Kennedy -como es sabido por la historia.

Esta película cuenta la sorprendente pero auténtica historia del comerciante británico Wynne, para que se encuentre en Moscú con un disidente que le pasa información sobre los misiles cubanos y otros documentos.

Es digno subrayar la sensacional actuación de Benedict Cumberbatch, que hace un trabajo de lujo como Wynne, el comercial captado para el espionaje: «Los espías son un alimento interesante para los actores porque constantemente llevan una máscara o están actuando, y porque los cambios de personalidad son muy rápidos», sostiene el actor; y además declara sobre su personaje: «Es un hombre sencillo que no quiere arriesgar la seguridad de su familia, que no es un experto en lo que está haciendo y se ve trabajando en un mundo de manipulación».

Está acompañado por Jessie Buckley, la impaciente esposa de Wyne; y Rachel Brosnahan, estupenda como Emily Donovan, mujer fuerte y agente de la CIA; ella ha declarado: «Trabajar con Benedict ha sido un auténtico placer; es un compañero muy generoso y tiene un talento extraordinario. Consigue elevar el nivel de todos los que están a su alrededor». La primera queda reducida a la vida familiar de Wyne, y la segunda como vértice para activar el dúo masculino, completando el triángulo narrativo.

Merab Ninidze, veterano y competente actor que posee un rostro muy expresivo mezcla de misterio y bondad y de gran repertorio, encarnando a Oleg Penkovsky; él es el alto mando del gobierno ruso que instruye y lleva de la mano al confidente neófito en sus primeros pasos (premio BIFA al mejor actor en el festival de Sundance); el personaje encarna el lado más amable del régimen soviético, un hombre que rechaza la dictadura y persigue la libertad y el bienestar de Occidente. Angus Wright, muy bien como agente de la CIA.

La película está compuesta por dos historias muy diferentes. La primera parte es una especie de comedia feliz, pese al marco difícil en que se desarrolla (guerra fría, etc.): viajes, copas, balés en Rusia... Pero no tarda en ponerse feo el asunto, cuando los jefes del servicio de inteligencia ingleses caen en la cuenta de la locura de haber enviado a un civil sin adiestramiento a un frente tan difícil como comprometido como la URSS. Un país con enormes controles del KGB y donde cualquier ciudadano está dispuesto a delatar cualquier observación que considere extraña.

Cooke, director de “En la playa de Chesil” (2017): muestra ciertas debilidades que compensa gracias a su aptitud creativa y a los intérpretes, sin los cuales no se habría podido hacer del mismo modo la película; hay sintonía entre los personajes (y los actores, claro), que es lo que le confiere intensidad afectiva al filme.

La puesta en escena, la recreación de la época y de la atmósfera social asfixiante en el mundo soviético es impecable. Esplendorosa e intensa música Abel Korzeniowski y una gran fotografía de Sean Bobbitt.

Como escribe G. Benito: “me pregunto si la amistad entre enemigos, tema medular del relato, neutraliza el pragmático cinismo de los políticos que convierten a los hombres en marionetas para conseguir sus fines”.

Tal vez sea bueno aceptar reír inicialmente para luego soltar alguna lágrima en la última parte. Creo que saborearás esta película, basada en un episodio real y casi desconocido, que apenas figurará como una anécdota en los libros de Historia.

Más extenso en revista Encadenados.

EL PUENTE DE LOS ESPÍAS (2015). Año 1957, plena guerra fría. Basada en hechos reales según figura en los títulos de crédito, a James Donovan (Tom Hanks), abogado de un bufete en Brooklyn (Nueva York), le encargan inesperadamente que defienda a un supuesto espía soviético apresado, para dar la impresión al mundo comunista de que Norteamérica es un país garantista en lo que a justicia se refiere. Donovan se ve así, involucrado en el enfrentamiento entre las dos potencias.

Se suma a esta historia el derribo de un avión militar espía norteamericano en territorio ruso. El gobierno americano decide rescatar al piloto (Stowell), que ha sido capturado. Para ello la misma CIA encarga a Donovan que negocie un intercambio entre el piloto y el espía, para que sea un civil quien lo haga y no el gobierno. Donovan pide extraditar también a un joven estudiante norteamericano preso el Berlín oriental. Todo coincide con la construcción del famoso Muro que separó al Berlín libre del comunista.

Como es sabido y ya antes he apuntado, los años 1956-58 fue una época de gran tensión entre las potencias, que estuvieron al borde de un estallido bélico. Spielberg conoce muy bien, por su edad, esa época. Es él mismo quien mira a través de sus ojos del Spielberg chaval, todo lo que pasa.

Él es el hijo de Tom Hanks dentro del filme. Ese niño-Spielberg vive obsesionado por la guerra fría y se prepara para la caída de la bomba. Una nueva incursión de Spielberg por reconstruir su visión del mundo desde el microcosmos de la familia.

 

O sea, Spielberg utiliza el escenario familiar del protagonista para lanzar al espectador una sensación de realidad y de temor de la que le ha caído encima al abogado Donovan, incluidos los reproches y quejas de la esposa y toda la prole: "¡No debes defender a un soviético! ¿Cómo nos van a mirar por la calle?".

Guion encargado nada menos que a Matt Charman, Ethan Coen y Joel Coen, que tiene incluso su pizca de humor; bueno en lo formal pero no brillante. Como decían de un político nuestro: es lúcido, pero no lucido. Un libreto en que pretende reflejar al buen americano medio.

La película se podría dividir en dos. La primera parte es una película de juicios que, al inicio, resulta aburrida, pues priva de escenas de jueces, imputados y abogados, del interés o la intriga. Es decir, la cosa queda en un discurso de Hanks, especie de héroe grisón a lo Frank Capra, en la defensa del intachable espía ruso, un Mark Rilance brillante.

Ya se sabía que el espía ruso estaba condenado de antemano. Es decir, que encima los americanos quedan fatales en ese pretender dar la imagen de GRAN justicia, pues consideran a priori al reo culpable por ruso y por comunista. Curiosa forma de apología sobre las bondades del sistema judicial americano. Todo a mayor gloria del espíritu patriótico.

Luego viene la segunda parte, más hitchcockiana, mejor, con espías por todos lados y un Hanks que sabe mucho y engatusa por su cuenta al mismísimo KGB. La cosa sale bien y todos quedan libres. Es canjeado el espía por piloto y estudiante americano, en diferentes puentes, con francotiradores apostados a una y otra parte de la frontera, de noche, tremendo frío, Hanks charlando con el espía ruso el cual hasta le regala un retrato que le han hecho en la cárcel; y los de la CIA gozosos por recuperar al piloto que, en vez de suicidarse como se le había indicado si lo apresaban, se echó en manos de los comunistas.

Hanks, un hombre íntegro, metido en un gran lío pero que sale airoso, salvo que unos chorizos comunistas le roban su abrigo, propiamente de la moda capitalista. Pero al final, el bueno de Hanks, muy amado por su melindrosa esposa y siendo fiel a sí mismo, regresa a casa por Navidad con un aura de héroe de tomo y lomo, que acaba siendo reconocido hasta por el gobierno americano.

Buena música de Thomas Newman. La fotografía de Janusz Kaminski es meritoria, junto con la puesta en escena, pues el filme debe andar a saltos entre el mundo capitalista y el comunista, tan diferentes en todo sentido.

En el reparto, Tom Hanks sabe mantener el tipo, ya mayor, pero aguanta bien el tirón con un trabajo impecable; un espléndido Mark Rylance hace desde mi modo de ver el mejor papel del filme como hierático espía soviético. Y el resto del reparto, acordes y en sintonía con el filme, son artistas de la talla de Amy Ryan, Alan Alda, Scott Shepherd o Sebastian Koch.

Spielberg, tan anclado en su época, en su mundo, decide quiénes fueron vencedores y quiénes perdedores en aquella mítica guerra fría, y lo hace con la mirada de Hanks en el metro camino al trabajo ensalzando al protagonista como un gran negociador, no sólo con los prisioneros de la URSS, sino incluso en la Cuba de Castro.

De modo similar que sus protagonistas, en el abogado, el piloto o el espía, parece que Spielberg busca las tablas del hogar, por la vía siempre tortuosa del héroe. Es una película digna con sus innegables bondades, pero Spielberg es ya un icono. Alguien así no se puede permitir acometer proyectos de nivel medio; él es hijo de la excelencia y para lo que no sea eso, mejor quedarse quieto.

Más extenso en Encadenados.

Enrique Flópiz

Enrique Fernández Lópiz. Nacido en El Puerto de Santa María, es Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca y Doctor en esta disciplina por la Universidad de Granada, donde es Profesor Titular del Departamento de Psicología Evolutiva. Cinéfilo desde siempre, escribe críticas cinematográficas desde hace dos décadas en diversos medios escritos y digitales.