Ángel Quintana (Tribuna libre).- No voy a caer en el tópico, El Puerto no tiene ni una Pompeya ni una Itálica, ni ningún Dolmen ni nada que se le parezca. Para quienes caigan en la tentación de comparar esos enclaves con nuestro vetusto tell del yacimiento de Doña Blanca les diré que están muy equivocados y que nuestro pequeño “Gadir” púnico no tiene comparación con nada ni en la arqueología española y mucho menos en la andaluza.
Mucho ha llovido ya desde que un grupo de estudiantes desde un tren de cercanías en 1979 vislumbraran que aquel promontorio no era fruto de una deformación del relieve del terreno y que en sus entrañas escondía más de tres mil años de historias en ocho ciudades superpuestas en unas hectáreas que comenzaban a dar riqueza más allá del uso agropecuario que tradicionalmente tenía.
Es extraño saber que a la vuelta de la esquina tenemos la llave para prosperar y diferenciarnos del entorno atrayendo a un público que busque en la cultura, además del sol y playa que ya tenemos en nuestra naturaleza de forma innata, su ocio y por lo tanto regenerar el turismo de nuestra zona creando prosperidad fuera de la estacionalización estival característica.
Es raro que las sucesivas administraciones hayan vivido de espaldas a esta realidad, que la comunidad científica haya hecho algo, pero nunca lo suficiente, que la universidad haya realizado algunos guiños leves en relación a la importancia del enclave y que los ciudadanos no acabemos de valorar su significado social ni económico ni, por ende, cultural e histórico.
La Junta de Andalucía, de la cual depende el lugar, ha primado otros yacimientos de la provincia dando soluciones presupuestarias a Baelo Claudia o al Teatro Romano de Cádiz, por poner algún ejemplo significativo, mientras que en Doña Blanca se limita a realizar labores de limpieza del recinto y dotarlo de vigilancia abriéndolo al público, como si fuese una realidad que se pueda explicar por sí sola, sin necesidad de una labor pedagógica y divulgativa que conciencie a sus visitantes de lo que tienen delante lo que da una imagen de abandono y dejadez que no se merece el ingente legado que nos han dejado nuestros antepasados.
Mal tratado y, en ocasiones olvidado, el yacimiento ve pasar los años sin que se ponga en valor en el tiempo más decadente de su trayectoria protagonizado por el entorno más indolente que haya conocido jamás en sus siglos de historia.
Cuatro han sido las campañas arqueológicas orquestadas en el lugar, ninguna de ellas en los últimos años, y han corrido ríos de tinta a nivel académico pero no he podido localizar ninguna memoria de las excavaciones.
Muchos han sido los historiadores y pseudo historiadores que han realizado artículos en prensa, los políticos que han prometido, un sin fin de “novios” inversores del ámbito privado que se han interesado pero todos, todos, han dejando pasar la oportunidad de poner en el sitio justo el recinto y de abrir la puerta a su explotación seria que redunde en el desarrollo y en el despegue definitivo de El Puerto.
Carteles explicativos rotos y descoloridos, madrigueras, yerbas altas y algún visitante despistado es lo que día tras día, pacientes, observan las milenarias piedras. Desidia, dejadez y abandono es la triste realidad que se ha invertido años tras años en aquellos restos.
Espero por el bien de todos que no tardaremos otras treinta centurias en ver de nuevo el auge de nuestro pequeño “Gadir” y que la amnesia colectiva no sea más cruel que las huestes de Anibal que acabaron con Doña Blanca para siempre.