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| Encendido 3 años hace

Tíos y sobrinos

Por Enrique Flópiz
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Es común que la Psicología, la Pedagogía y todas las ciencias sociales analicen e investiguen el vínculo que une a los padres con los hijos, los hermanos entre si e incluso la relación abuelos-nietos. Pero es poco habitual que traten las relaciones entre los tíos y los sobrinos.

La relación entre tíos y sobrinos es por lo común positiva para ambas partes. Desempeñar el rol de la tía o del tío “plan bien” suele inspirar a los niños sensación de confianza y libertad, les ofrece opciones para preguntar sobre aspectos o asuntos que no suelen hablar con los padres; e incluso puede ser un estímulo para ser más espontáneos e inventivos. Porque los tíos suelen proporcionar a los niños un tipo de amor e influencia más cálido, amigable y menos severo que el de los padres o los abuelos.

Los tíos que ejercen de tales, suelen ser figuras confiables, responsables y cercanas cuyo influjo guardarán los niños como un valioso tesoro para toda la vida. El vínculo tíos-sobrinos siempre será un ancla en la vida para ambas partes, pero particularmente para los sobrinos.

Los tíos, si lo comparamos con padres y educadores, son más pacientes con el niño, disfrutan más de los juegos con ellos, dan consejos útiles y beneficiosos, ayudan a conocer mejor la historia familiar y constituyen una inestimable compañía para los “sobris”.

A esta interesante relación de tíos-sobrinos dedicaré esta entrega. Y si, como decía, se habla poco de esta modalidad de vínculo familiar, tampoco se habla mucho desde hace años de las dos “geniales” películas que hoy traigo a esta sección y de los dos “geniales e ilustres” directores que las rodaron. Me refiero a la película Mi tío de Jacques Tatí (Oscar en 1959 a mejor película extranjera) y Mi tío Jacinto de Ladislao Vajda (Oso de Plata en el Festival de Berlín en 1956). Mientras que Tati fue un genial director, guionista y actor cómico francés (1907-1982), Vajda (1906-1965) fue un extraordinario cineasta húngaro, figura clave en el panorama cinematográfico español de los años 40 y 50. Pero de estos personajes importantes prometo hablar más extenso en otras entregas.

MI TÍO (1958). El señor Hulot (Jacques Tati) es un hombre bohemio que vive en la buhardilla de un modesto edificio del París popular. Su única actividad consiste en llevar a su sobrino Gérard (Alain Becourt) a la escuela y recogerlo a la salida. Luego de un paseo con él lo devuelve al hogar de su madre, su burguesa y elegante hermana (Adrienne Servantie), que vive tan ricamente en un chalet ultramoderno lleno de aparatos e inventos de todo tipo. O sea, hermana casada con el señor Arpel (Jean-Pierre Zola), quien por todos los medios intenta reconvertir a su cuñado a una vida rutinaria y convencional como empleado en la fábrica de tubos de plástico que gestiona.

Esta película de Tati es realmente maravillosa, para niños y para adultos, para sobrinos y para tíos. Siempre guardo en mi memoria ese tío, ese personaje alto, delgado, desgarbado, con su gabardina, tan extravagante y bohemio; y el sobrino, haciendo trastadas junto a su tío para ganar una apuesta y comer un buñuelo de gorra; y más.

Cualquier niño desearía tener un tío como el de esta película, pues los tíos a veces son besucones y petardos, pero Hulot es divertido, va en moto y gusta vivir la vida alegremente. Siempre que veo esta película la encuentro deliciosa y actual.

El director Jacques Tati (un hombre con “alma de niño”) consigue crear un film auténticamente encantador con esta obra cargada de humor, de crítica, pero también de inocencia. Mensajes para una sociedad que persigue el confort a toda costa, la rutinización de los ciudadanos, el convencionalismo, que la gente se convierta en buenos burgueses, gente mediocre y que consuma cuanto más mejor.

También, muy importante, Tati hace en esta película, de manera equivalente, al modo de Chaplin en Tiempos modernos (1936), una sátira a la industrialización y la mecanización feroz; por el contrario, aboga por un mundo más humano, con gentes más sencillas y sin tanto artefacto ni aparato (algo tan vigente hoy). Y por supuesto, un mundo que no sea tan aséptico y cuidados y pulcro con los niños (¡los niños tienen que jugar, ensuciarse y todo eso!). De hecho, “Mi tío” es un cántico al “buen tío”, ese que te lleva al sobrino al campo, que gasta bromas, que monta en ciclomotor o come buñuelos grasientos.

El guion absolutamente afectuoso es del propio Tati junto a Lagrange y Jean L'Hôte. Es un libreto fascinante, lleno de poesía y humor; en él se acumulan los gags, la prevalencia del plano fijo, planos plagados de personajes y de objetos idóneos para la comicidad; el señor Hulot centra la trama, pero el resto de personajes y objetos gozan de la misma situación cómica (la fuente, los electrodomésticos, los animales, etc.).

Estupenda y alegre la música de Franck Barcellini y Alain Romans, una música rítmica y pegadiza que se queda en la memoria del que la escucha, para siempre. También es excelente una fotografía limpia y clara para no perder detalle, de Jean Bourgoin.

El reparto es ante todo Jacques Tati con su peculiar estilo, su manera de andar, su despiste generalizado y sus hechuras a la hora de comprar la baguette o subir las escaleras hasta su buhardilla. Y están soberbios Jean-Pierre Zola como su cuñado, el gerente Sr. Arper; Adrienne Servantie, en el papel de la elegante señorona hermana del tío y esposa del empresario Arper; o Alain Becourt, como el simpático sobrino. Esta película obtuvo en 1958 el Oscar a la Mejor película extranjera.

Jacques Tati es sin duda uno de los directores, actores y guionistas más graciosos y cordiales del cine francés de todos los tiempos. Su cine bebe de las fuentes de Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd y sobre todo del actor cómico francés Max Linder, un actor de aspecto distinguido y elegante siempre envuelto en mil enredos en sus películas. Tati es un artista prodigioso, distinguido, muy original y con una gran sutileza, tanto para dirigir como para interpretar. Su sentido del humor es impecable, inmaculado y muy irónico.

A mí me gustó, me gusta y me gustará esta película de Jacques Tati, porque hace una propuesta fresca sobre la existencia, un planteamiento de inocencia y vuelta a los elementos más infantiles y naturales de cada cual, de nuestro estado niño. Propone escapar a toda costa de la desgana y la rutina del mundo acomodado, nos incita a mantener las ilusiones de siempre, a que nos divirtamos, pero también, ya en un tono más crítico, a huir de la frialdad social y el excesivo formalismo. Apuesta por una vuelta al naturalismo, el rechazo a la hipocresía, a la mecanización estúpida y prescindible, nos alerta de la dependencia excesiva de las tecnologías (muy de hoy), y nos previene también del desabrimiento, de la vacuidad de las falsas apariencias, del aburrimiento de los protocolos o de una existencia en exceso planificada.

Amigo o amiga, si no conoces a Tati, si no has visto esta película suya maravillosa, esta sana y divertida burla a la civilización deshumanizada y una sátira a la mentecata burguesía, te aconsejo que lo hagas. Sí, te recomiendo esta película sentidamente, porque creo que apunta con humor, hacia un camino para ser más felices.

Más extenso en revista de cine Encadenados.

MI TÍO JACINTO (1956). Jacinto, un torero fracasado vive miserablemente con su sobrino Pepote en una chabola, en el extrarradio de Madrid. Jacinto es bebedor y sin oficio al que su sobrino adora. Ambos se cuidan mutuamente y afrontan su indigencia de las maneras más sorprendentes.

El gran director Ladislao Vajda (1906-1965), ligado al expresionismo alemán y cineasta afincado en España, en esta obra logra llevar a buen puerto una cinta de excelencia. Por otra parte, una película injustamente olvidada que refleja una época de gran necesidad donde la pillería y la picaresca juegan un papel importante.

El guion está basado en una historia real y es un libreto de una confección impecable; un guion tan consistente como ocurrente, que hace revivir la realidad española de los años cincuenta. Muy buena música de Román Vlad y la fotografía maravillosa (B&N) de Enrique Guerner (Heinrich Gärtner), austriaco de origen, un maestro de luz y uno de los mejores directores de fotografía europeos de todos los tiempos.

En el reparto tenemos a un inconmensurable Pablito Calvo, uno de los niños importantes del cine español que hace un papel de antología, con su expresividad y su capacidad para atraer la cámara y sintonizar con el espectador; interpretación de una madurez portentosa y conmovedora de niño de listo, simpático, sonriente, a veces triste: maravilloso (con Vajda ya había trabajado en la celebérrima Marcelino pan y vino de 1954). Merecen mucho la pena las escenas ya acabando el film, cuando Pepote acompaña a la plaza de toros a su tío mirándole con orgullosa admiración por la calle y en el Metro, mientras de fondo se puede ver a la gente comentar o reír burlonamente el aspecto estrafalario del pobre tío vestido de torero.

Antonio Vico está superlativo en su papel de tío, novillero fracasado, borrachín y hombre que vive con su sobrino como un paria; su cara trasluce una gama de emociones que van desde el drama de la pobreza, hasta la ilusión de las imágenes finales cuando hace una representación inventada de la gloriosa tarde toros que ha protagonizado, que en realidad es una farsa, pues todo concluyó en un grotesco fracaso; y resulta curioso poder ver en este film a dos de los grandes humoristas españoles: Miguel Gila y Luis Sánchez Polack (Tip).

Ver esta película conlleva darse cuenta de que existió en esa época un cine grande. Esta película es una obra cuidada que merece y mucho la pena ser visionada, a mayor gloria de nuestra cinematografía de los años 40, a 60 del siglo pasado.

Concluyendo, una obra maestra, un clásico de nuestro cine, superando en su terreno a cintas del neorrealismo italiano, que sabe provocar limpiamente y con honestidad alguna lágrima al espectador. La época que aborda, la penalidad en la que profundiza Vajda y los grandes intérpretes, consiguen verdaderamente emocionar.

Más extenso en revista de cine Encadenados.

Enrique Flópiz

Enrique Fernández Lópiz. Nacido en El Puerto de Santa María, es Licenciado en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca y Doctor en esta disciplina por la Universidad de Granada, donde es Profesor Titular del Departamento de Psicología Evolutiva. Cinéfilo desde siempre, escribe críticas cinematográficas desde hace dos décadas en diversos medios escritos y digitales.