Una imagen clásica en mi imaginario infantil y juvenil fueron las profesoras de piano. Conozco este capítulo por personas muy allegadas que iban a sus clases, lo cual que incluso tuve ocasión de conocer a varias de estas abnegadas y vocacionales, e incluso severas señoras, que ponían todo su empeño en enseñar la técnica pianística, a veces a alumnos que iban forzados por sus padres, sin aptitudes ni motivación: ¡todo un mérito! Lo cual no hacía al desaliento en el desempeño docente que estas mujeres volcaban en sus clases.
Tal vez por ser mujeres abnegadas, disciplinadas y elegantes, el cine de los últimos años ha centrado algunas películas en torno a ellas. Hay particularmente dos películas muy poderosas e importantes, que toman la figura de la profesora que enseña a tocar el piano. He decidido dedicar esta entrega comentando estas dos películas, lo cual en absoluto quiere decir que los personajes de estas cintas representen a tan variado y selecto colectivo. Más bien al contrario. Pero esto se irá desvelando en los comentarios que haré a continuación donde se presenta la semblanza de dos mujeres fuera de la normalidad cotidiana que preside al colectivo de pianistas docentes.
De entre las que he elegido, la más antigua aunque del siglo XXI es La pianista (2001), un film muy fuerte de Michael Haneke, que cuenta con la gran actriz francesa Isabelle Huppert. La segunda obra es muy reciente, se trata de, La profesora de piano (2019) del director alemán Jan Ole Gerster y la presencia en pantalla de una actriz de las muy buenas: Corinna Harfouch.
LA PIANISTA (2001). Erika (Huppert) es una profesora de piano en un conservatorio. Ella vive bajo la influencia de su dominante madre. Erika oculta una doble personalidad, con una vertiente sexual casi animal. Erika parece condenada a expresar sus pasiones de forma muy primaria, lo cual se contrapone con la fachada que transmite hacia el exterior de músico brillante. Pero su vida empieza a resquebrajarse cuando un alumno joven, solitario y atractivo se propone seducirla, lo cual hace que también se tambaleen las bases en las que la profesora sostiene su perverso universo. Profesora y alumno comienzan un peculiar juego del ratón y el gato, pero no se define quién desempeña cada papel. De manera alternativa, ambos se buscan y se rehúyen en un angustioso tour de force que dio lugar a algunas escenas polémicas y perturbadoras en la cinta. Por lo tanto, no es un film apto para espíritus sensibles.
Grandísima dirección de Michael Haneke, con un guión que adapta el verbo acerado y sin anestesia de la novela homónima de su paisana, la austriaca Elfriede Jelinek, que recibiría el Nobel de Literatura en 2004.
Sinuosa música de Martin Achenbach junto a una sensacional fotografía de Christian Berger y gran puesta en escena.
En el reparto, una superlativa Isabelle Huppert encarna a la terrorífica y a la vez convulsa y bella profesora de piano, Erika, uno de los personajes femeninos mejor trazados de la cinematografía europea. Acompaña un reparto de lujo con actores y actrices como un Benoît Magimel brillante, Annie Girardot o Anna Sigalevitch.
Haneke está en su línea, la que delimita el borde del abismo; y la excelente Huppert, atreviéndose con todo, vuelve a alcanzar sus mejores cotas de interpretación en este durísimo drama con cuya pareja Magimel consiguieron en Cannes los premios de interpretación.
Película incómoda a la vez que febril y fascinante, inquietante, violenta, triste; cine poderoso y punzante.
LA PROFESORA DE PIANO (2019). La odisea de la profesora de piano, de nombre Lara (título original del film), comienza el día de su cumpleaños a punto de tirarse por la ventana de su apartamento, y acabará afrontando una catarsis emocional, que transmutará sus relaciones a cada paso de la historia.
Es el día del 60 cumpleaños de Lara; además, ese mismo día su hijo Viktor va a dar el concierto de piano más importante de su carrera. Ella fue quien guió su trayectoria pianística (su profesora), y llevan una temporada sin comunicarse. Todo parece indicar que no será bien recibida en su debut como profesional. Pero Lara tiene sus recursos y su potencia personal. De manera impulsiva saca todo su dinero del Banco y, entre otras, compra todas las entradas que quedan por vender y las va regalando entre personas conocidas, e incluso al final las regala entre el público que se agolpa a la entrada de la sala.
El alemán Jan Ole Gerster construye un film sobre Lara, una madre posesiva y exigente, cargando de originales matices la figura de la protagonista, una madre absorbente, ex-pianista frustrada que fracasó en su carrera, sujeta como estuvo a una auto-exigencia extrema. Fue justamente ese rigor y exacción la que volcó en la educación musical de su hijo, hasta la asfixia. Como digo, la película transcurre en la jornada de su cumpleaños y del debut de su heredero como emergente pianista y compositor.
Excelente la dirección de Jan Ole Gerster, guiado por un elaborado y sintético guion de Blaz Kutin, una música que acompaña muy bien la cinta de Arash Safaian, junto a una fotografía oscura muy adecuada a la historia de Frank Griebe.
En el reparto sobresale por encima de todos, una sensacional Corinna Harfouch, una actriz grande bastante desconocida, a pesar de haber protagonizado docenas de películas (mayormente del cine alemán) y que muchos comparan, no sin razón, con la actriz francesa a Isabelle Hupper, tanto por su carisma como por su papel en la obra que hemos comentado antes, La pianista (2001). Pues bien, C. Harfouch consigue sostener en cada plano y en cada secuencia el personaje Lara, una un personaje incómodo y torpe, que toma decisiones atropelladas, con un bosquejo de sonrisa indescifrable, un giro de ojos sin par y una característica manera de caminar en forma rectilínea y lanzada a su objetivo con frialdad y hasta con sadismo; toda ella teñida de un misterio íntimo y profundo que el espectador irá descubriendo a lo largo del metraje de manera bien dosificada por la propia historia. Es una mujer que debe expiar sus faltas arrastrando su soledad, donde podemos entrever el peso y el castigo a que ha sido sometida por esa necesidad de perfección capaz de derrumbar cualquier forma de autoestima. Destaca también Tom Schilling en el papel de su hijo, pianista que inicia su carrera. Acompañando, un reparto de excelente para arriba con actores y actrices como Volkmar Kleinert, André Jung, Gudrung Ritter o Rainer Bock.
Es una película que vista con profundidad encierra un mensaje terrible. De un lado la obvia realidad de que el talento y la excelencia en música son fruto de lo que genuinamente algunos poseen como cualidad innata, pero que además, luego deben trabajar con denuedo, incansablemente, con un esfuerzo infinito. Lara no creyó suficientemente en ella y abandonó su carrera como pianista por su falta de confianza en sí misma, tal vez por miedo a fracasar. Y como suele ocurrir, esa madre implacable y pura severidad y disciplina se volcaría con el tiempo en su hijo Viktor. Una madre cruel que no puede tolerar ni siquiera la sospecha del fracaso de su hijo, un hijo en el que ella se ve indefectiblemente reflejada. Pero el film es también el retrato de una mujer cuya demasía de celo y amparo, deja traslucir una herida, la suya, que aún continúa sangrante. Su dolor sublimado en inclemente y riguroso método musical hacia su hijo, quien viene a descubrir la triste paradoja de que para triunfar como intérprete debe evitar a su madre y profesora. Como apunta Marañón: “La maternidad exigente como forma violenta de afrontar las frustraciones propias ha marcado a esta madre corrosiva que busca un acercamiento con su hijo el día que el joven Viktor, pianista profesional, se enfrenta a un estreno”.
Es una obra que da un tajo seco al espectador, con un clima denso pero preciso y bien dibujado; y en el centro del torbellino, una mujer puro enigma y misterio.
Aunque la trama, como decía, se teje en un único día, sin embargo Jan Ole Gerster va del presente al pasado, como para ir ofreciendo de forma perfectamente estructurada, la suficiente información para que podamos tener un retrato claro de Lara, de su época juvenil, de su formación (lo cual explica muy bien su viejo profesor de piano) y de las relaciones con su madre y con su hijo; obviamente, también de su relación con la música y el piano.
Es en suma, una obra que nos mueve a sintonizar con una mujer que se ve impelida a destruir cuanto toca, incluyendo lo que más quiere. Es, obvio, una pulsión que le fue transmitida en la infancia y que con el transcurrir del tiempo se ha ido expandiendo e incrementando. Veinticuatro horas en la vida de esta mujer en el transcurso de las cuales, “el orgullo materno y la cruel censura a la que la empujan sus frustraciones se com-binan en un ritual de encuentros fallidos y tristes que conforman un enriquecedor retrato de personaje al borde de si? mismo” (Sergi Sánchez). Un fracaso existencial que va desarrollándose en forma fría y sin atisbo de sentimentalismo. Y siempre nos quedarán dos preguntas centrales por saber: ¿Por qué quería Lara Jenkins suicidarse? Y la otra es si finalmente acabaría haciéndolo.