Ana María González Herrera (Tribuna libre).- Mi voz es la voz de muchos maestros y maestras, los verdaderos expertos de la educación, los que tienen prohibida la posibilidad de transformación social porque nadie los escucha.

Estamos cansados de que se hagan eco de la escuela sin conocer la realidad que las habita.

En esta moda de la opinión libre y del comentario fácil sobre el trabajo de los maestros/as, sobre las horas o no que dedicamos, o sobre el tipo de trabajo que se envía a las familias, sufrimos un linchamiento social sin precedentes y una vez más estamos expuestos a la opinión pública sin más amparo que la crítica gratuita.

Cuando nuestros políticos hablan de la vuelta al colegio para los menores de 0 a 6 años, se está hablando desde la más absoluta arbitrariedad, desde una perspectiva frívola y sin hacer un análisis profundo de la identidad de esta etapa educativa. Es esta población, la más vulnerable y la más frágil de nuestro sistema.

La Educación Infantil es una etapa con entidad propia, persigue objetivos, diseña contenidos, evalúa con criterio y con emoción. Es una etapa en sí misma; no es una etapa preparatoria, no es un guarda niños/as, no es un parking infantil. Es una etapa fundamental y vital para el desarrollo de los niños y niñas y cuya evolución determinará el resto de sus vidas.

Un niño/a que tiene una infancia segura, feliz, vital y equilibrada, será un adulto emocionalmente fuerte y competencialmente activo en la vida social, familiar y profesional.

En Educación Infantil nos caracterizamos por los abrazos, la cercanía, las miradas cómplices, el juego interactivo, las relaciones sociales y personales, así como por una profunda emocionalidad y humanización de la escuela. Necesitamos el contacto, el descubrimiento, la cohesión social, la unión de nuestras manos, el contacto cuerpo a cuerpo y la interacción constante. 

¿Dónde queda todo esto con las medidas de seguridad que debemos establecer y definir a la vuelta? Jugamos a Pito Pito Gorgorito para ver ¿A qué niños/as atendemos, jugamos para determinar qué niños/as vendrán a clase, o para definir qué estrategias metodológicas utilizamos?, ¿Cantamos la canción de los Buenos días escondidos/as detrás de una mascarilla?, detrás de una mascarilla que no es más que el reflejo directo de una barrera, una barrera que ya me indica que no nos podemos tocar, que no podemos interactuar, que no podemos abrazarnos. ¿Cómo le explicamos que la distancia de seguridad entre ellos/as y nosotros/as debe ser de 1,5 metros? Ese metro y medio es un abismo para un niño/a, es la distancia justa de la inseguridad, es la distancia justa de la soledad, del aislamiento, es la distancia justa de la destrucción social ¿Cómo le explicamos a un niño/a de 1, 2 o 3 años, de 4 o de  5, que no se puede acercar a sus compañeros/as en el patio o que debe jugar solo?  Nos pasamos la vida educándolos en la socialización, en la interacción, en el respeto a sus iguales, en la necesidad del trabajo en grupo, de la cooperación; nos empeñamos en la importancia de compartir, de dar, de descubrir a través del juego social y ahora les tenemos que educar en soledad, en el aislamiento, en el egoísmo de no prestar para evitar contagios, les tenemos que educar en la individualización como forma de supervivencia ante un virus que no mide sus consecuencias.

Esta vuelta prematura a la escuela, es una falta de respeto absoluto a la infancia, a la vulnerabilidad, a los derechos de los niños y niñas. Es una falta de sensibilidad social brutal. Es una pantomima que nos traerá graves consecuencias. Es un empuje al capitalismo por encima de la humanidad y de la vida en sí.

Nuestro niños y niñas están atendidos/as por sus maestros/as, que nos estamos dejando la piel por cada uno de ellos/as, que nos empeñamos en conjugar sonrisas y juegos con abrazos virtuales y con la esperanza del reencuentro, un reencuentro de verdad, de esos que se  resumen con un abrazo, con un beso o con una mirada cómplice mientras te cogen de la mano.

Todos los que amamos esta profesión queremos volver a las aulas, que nadie lo dude. Queremos volver porque ningún medio digital, sustituye el calor de un abrazo al llegar por las mañanas, nada sustituye los besos espontáneos, ni las miradas sin más razón que la inocencia y la tranquilidad de que estamos ahí. Queremos volver con firmeza y con calidad, sin tener que arrancar de los brazos a las familias, no sólo a sus hijos/as confinados durante tanto tiempo, sino sin tener que arrancarles sus miedos y sus inseguridades cuando los dejen y se marchen. Queremos volver con la certeza de que todo saldrá bien. No queremos experimentar con nuestras vidas, ni con las de nuestros niños y niñas, no queremos exponerlos a situaciones absurdas. 

Estamos exponiendo de nuevo a una generación que ha perdido a sus abuelos, que ha perdido la libertad de columpiarse o de jugar en el parque. A una generación que ha visto cerrarse de golpe las puertas de sus colegios y que han sido despojados de la magia de ser niños, así sin más. Estamos exponiendo a una generación que ha tenido que hacer frente a sus juegos entre cuatro paredes y que ha escondido sus miedos en los aplausos de las 20.00 horas cada tarde, fingiendo normalidad  y pintando arcoíris de solidaridad. Estamos exponiendo a una generación sensible, delicada y a la vez con el orgullo de ser la más fuerte de la tierra para enfrentarse a esta Pandemia. Estamos exponiendo a una generación que ha dado una lección de saber estar, de resistencia y de humanidad

No queremos un patio lleno de niños y niñas jugando al amparo de la soledad, sin saber qué hacer cuando tengan miedo, supeditados  a esa barrera de la distancia social  y que tenga como fin, romper la naturalidad y la espontaneidad de la infancia. No queremos tener que explicarles que no pueden agarrarse a su seño, a su mano, a su bata o que no pueden coger el suelo un juguete que se ha caído, o que las manitas llenas de arena son un peligro vital; no queremos clases donde la asamblea sea un lujo o donde hablar mirándose a los ojos sea ciencia ficción. No es la escuela que queremos, esa es una escuela deshumanizada, podrida, fría y sin emociones

Queremos volver a la escuela como siempre, con ilusión, no con miedo. Queremos volver a la escuela con sentido de grupo, no con la soledad y el aislamiento como etiqueta de seguridad.

Nos pasamos la vida eliminando etiquetas y ahora volvemos clasificando y etiquetando espacios, reglas, interacción social y lo peor de todo, aislando y destruyendo la proyección de las emociones, la proyección de los besos y de los abrazos, sentido imprescindible para aprender siempre, como base y referente, como medio de crecimiento personal.

Escuchen nuestra voz, la nuestra sí es la voz de los expertos, a ver si se enteran de una vez, a ver si se enteran  que nuestra voz, es la voz de la realidad, de los  que están al pie del cañón y al son de las sonrisas, a disposición de sus manos inocentes y de su amor infinito, los que pisan suelo  de patio y curan sus heridas, los abrazan y los consuelan, somos la voz de la infancia y de  sus derechos. Esa es  la voz de nuestra verdadera pasión, la educación infantil; una etapa viva, única, increíble y mágica a la que tenemos la obligación moral de cuidar y mimar.