Muchas son las veces que, en esta “especial” cuaresma, nos ponemos a recordar vivencias y momentos bonitos bien sea con amigos, por redes sociales o con uno mismo, cuando intenta dar explicación a algo que no la tiene…
Si ahondo en mis recuerdos, puedo imaginarme perfectamente cómo eran mis Domingos de Ramos cuando era algo más pequeño. Siempre bajaba al centro con mis tíos y mi primo Jesús, con él intercambiamos nuestros deseos para convertirnos de mayor en costaleros, ya que mi tío Francisco, su padre, lo era y para nosotros siempre fue un referente en el mundo del costal, ya que era costalero de la Borriquita, Nazareno y Soledad y siempre nos contaba mil y una historia.
Recuerdo pasear por los carros de cuches de la calle Luna y comprarnos alguna golosina para ir preparados, a parte de nuestro cartucho de cacahuetes salados que solía comprar mi tía.Ver la borriquita con mi tío era poder disfrutar de aquellas vivencias de los años 80 finales de los 90, con la introducción del costal y primeras cuadrillas de hermanos.
Esperábamos el misterio en la calle Larga, veía su media sonrisa nerviosa en la cara conforme se aproximaba el paso, oyendo de fondo la mítica marcha de San Juan "Entre varales de plata", Costalero o Palmas en San Marcos.
Poco a poco se emocionaba, cuando se aproximaba el portentoso Cristo moreno con sus habituales cambios buscando el palquillo de toma de hora, en ese tan peculiar paso de madera color caoba.
Conforme crecí con unos 15 años para 16, entrenado en la escuela taurina, le confesé al banderillero Antonio Andrades, “Carambito”, mi deseo de querer cargar el Palio de la Amargura, pero mi pequeño recorrido y la poca picardía de la edad no me acercaba a ese mundo de hombres, ya que la experiencia que tenía era el haber sacado a Jesús del Prendimiento el año anteriorcon los jóvenes de “la Salle”.
El me hizo una propuesta: ¿Tú quieres salir en la Amargura?, su primo Jesús cargaba allí y podía meterme. Hizo la llamada y me tuve que presentar en la hermandad de Vera-cruz que Antonio, el capataz, también sacaba aquella cofradía y había ensayo.
Fue aquella etapa la que me curtió como costalero, cinco maravillosos años en los que tuve la suerte de disfrutar además de dos salidas extraordinarias, y en la que hice grandes lazos de amistad. Aquel palio hizo que derramara muchas lágrimas de emoción, la Amargura tiene algo en la mirada muy difícil de explicar y que, a pesar de no ser hoy su costalero, sigo teniéndola muy presente en mi vida.
“Quizás deberíamos los cofrades volver a sentirnos niños para ver la riqueza que tenemos, y no olvidar la manera de sentir y emocionarnos al 100% sin importarnos el qué dirán…”