Que la comedia es medio fertilísimimo para formarnos conciencia de algo, no debiera sorprender a nadie; lo extraordinario está, no sólo en que se logre formar por medio del lenguaje corporal y la intención sonora (una sucesión variada de voces con intención puede ser más elocuente que una lamentación disertada) una conciencia conservacionista (y de formarnos una va Greenpiss, la comedia que pasamos a comentar) que suele conseguirse con palabras…; lo extraordinario está en que, tras adquirir esta conciencia teatral en directo, acabemos convencidos de que ésta no se podría haber logrado con palabras.
Este es el inmenso mérito de Greenpiss, o por mejor decir de los cuatro cómicos que, dominando de modo magistral el arte de dar expresión corporal y sonora a la intención que pide cada segundo del libreto, han logrado despertar una conciencia más conservacionista del planeta, y ello desde la simpatía, el humor, y, sobre todo, desde el humilde conocimiento de su oficio.
Como la conciencia de conservación surge cuando -en términos de vida planetaria- se consolida, de modo contrario, la de explotación, no tiene desperdicio la sátira grotesca que, con fines críticos y a veces contradictorios, (la chica conservacionista se siente atraída por la brutal sensualidad explotadora de su insensible vecino, capaz de trocar por morcillas y chorizos las zanahorias que aquélla le ofrece para la barbacoa), se establece entre una actitud y otra ante el mundo, de la que va a resultar vencedora, por vía de soborno judicial económico, la facción explotadora. Pero, ni siquiera así, y a pesar de pasar por tentaciones de renuncia definitiva (suicidio), desaparece (todo lo contrario, se refuerza) la conciencia conservacionista interpelada…
Y así, en otras muchas realidades en clave de sátira mordaz y procaz de la explotación de los seres vivos como consumo (el episodio del gallo sexualmente adulterado, la gallina y los huevos), deberíamos detenernos, por ser dignas de elogio, si espacio hubiera para ello.
No podemos concluir sin destacar, sin embargo, el enorme tributo que a la mímica y la pantomima (incluso al vodevil) se rinde en esta magnífica comedia de Yllana, que ha logrado una completa complicidad de un público que no ha dejado de reír en toda la representación.