No coincidimos más que de casualidad en esta vida, él regresaba y yo comenzaba a llegar. Oír hablar de él siempre fue fácil, pues… quién no supo de sus comidas, sus obras de arte, su vida. Siempre lo vi rodeado de ese halo de misterio que envuelve a las personas interesantes. Cortés, caballeroso, educado, sumamente gentil, y ante todo, un artista.

Por otros supe de sus males, por otros de sus logros, y enumerarlos aquí sería imposible. Destacar alguna faceta de su vida, algo inútil, así que me quedaré mirando el balcón de su casa que mira al río, y en silencio, al igual que las palmeras del parque, le diré adiós.

Un adiós cargado de recuerdos, los recuerdos de mi abuela cuando me hablaba de él; los recuerdos de mi padre. Los recuerdos de tantos y tantos que tuvieron trato con él. Pero quizás quien más le eche de menos sea su Milagros, aquella que desde su camarín no se olvidará jamás de los mantos con la que la engalanase. Tampoco se olvidará de los cientos de confidencias que compartieron, de aquellas mañanas y tardes de silenciosa oración y entrega.

Sorprende con lo poco que llegué a conocerlo, lo mucho que llegué a admirarlo, lo mucho que se me cruza en el camino de mis pensamientos cuando pienso en El Puerto.

Tarde llegará ya cualquier mención, calle o reconocimiento, pues cuando falta la vida, sobra al que lo recibe. Don Antonio Sánchez Cortés dijo su último adiós, seguro que se fue tal como vivió, a su manera, con sus cosas buenas y malas, con su innegable personalidad, fuerte y portuense.

Pasa ahora a formar parte de esa leyenda de la que se nutre la sangre de nuestro río, pasa a formar parte de esa legión de ilustres que contribuyeron a forjar la reciente historia de esta ciudad. Portuenses de a pie, sin más heroicidad o grandeza que sus nombres, su amor al Puerto, a su Patrona, a sus viñas y playas.

Ahora, todo se queda un poco mas solo, vivirá siempre en el recuerdo de aquellos que supieron entenderle, quererle, apreciarle, o simplemente conocerle, el viento de primavera nos traerá el murmullo de esas palmeras, las mismas con las que el picudo quiso acabar, y que él vio crecer, las mismas que lloraron la muerte del Montañés del Santa María… las mismas, que mientras le dicen el último adiós a su Antonio, lloran su marcha montado en el vapor de sus sueños rumbo a su Bahía… hasta pronto Don Antonio.