Llegando casi al final de luna, no son pocos quienes se detienen a mirar las maravillas gastronómicas que ofrecen los locales de la zona, hablar de alguno de ellos sería dejar en el tintero a otros. Sin embargo, hay cosas que pasan desapercibidas, unas veces a sabiendas, otras, sin saberlo. Y eso ocurre cuando mirando hacia el muelle del Vapor nos acordamos de quien ya no surcará las aguas de la bahía.

Personas con mayor conocimiento recordaran con pena la capilla, inexistente, que albergaba el cuadro del nazareno que se custodia en el mayor templo de la ciudad. Pero nadie se fijará en la capilla, que anexa a un colegio, se encuentra abierta por las mañanas. Pocos, con oportunidad de pasar en las horas que está abierta, habrán tenido la ocurrencia de entrar. En ella, que sirve de telón de fondo para chirigotas ilegales, improvisados conciertos, escenificaciones de baile moderno, o simples carreras de niños, se alberga, en su altar mayor, una imagen, que al margen de su religiosidad, debería ser vista y conocida al menos por todos los portuenses.

En un magnifico retablo dorado, presidiéndolo, una imagen de La Piedad recibe a quienes quieran entrar. Esto es un ejemplo más de nuestra desconocida ciudad. Llena de tesoros, llena de todo eso de lo que todos hablan pero en relación a otras localidades.

Sorprende como, sentado en la quietud de sus bancos, ya sea en esos meses en los que el mármol de deja los pies congelados, o esos en los que el frescor de su penumbra reconforta, la soledad de la capilla del Colegio de las Esclavas mira en soledad como la población pasa por sus puertas. Quizás deberíamos tener un poco de piedad con la ciudad que vivimos, pisamos y desconocemos.

No me cabe la menor duda que si en un hipotético itinerario de elementos destacables se pusiera esa capilla y su Piedad para ser visitada y conocida, faltarían horas en el día para mantenerla abierta. Ya no es cuestión de religiosidad, es cuestión cultural, y es que, por desgracia, estamos en una ciudad en la que explotamos pocas cosas que vayan más allá de la nada.

En parte, quizás deberíamos aprender algo de los italianos, quienes en cualquier ciudad, te ofrecen visitar como la mayor de las joyas hasta la casa de Colón, como ocurre en Genova, y que cuando llegas, más que joya es una baratija, pero de la cual hasta se sienten orgullosos. Va siendo hora de ofrecer lo que tenemos, incluida la Piedad de las Esclavas, a la que se le puede tanto rezar… como admirar.